C Ó R D O B A



LA SULTANA DE AL-ANDALUS


Córdoba es una de esas ciudades en las que el tiempo y la costumbre han ido tejiendo un complejo tapiz de evocaciones y sugerencias, que de continuo invitan al recuerdo. La recurrente retórica que alimentan los tópicos o la nostalgia de un pasado deslumbrante no han impedido que sea una de esas ciudades que perseveran a lo largo de los siglos manteniendo una extraña continuidad en su devenir histórico.
Situada en una espaciosa llanura, que limita al norte con las estribaciones de Sierra Morena y al sur con el río Guadalquivir, su origen, como su propio nombre, es incierto. Se remonta a la existencia de un poblado íbero ubicado, desde siglos antes de la romanización. Pero es a mediados del siglo II a.C. con la fundación de la ciudad romana, atribuida al cónsul Claudio Marcelo, cuando entra en la historia.
Por su importante localización geográfica, estratégica y comercial, Córdoba alcanza muy pronto un lugar preeminente en la Hispánia romana, convirtiéndose primero en la capital de la provincia de la Bética y adquiriendo después el rango de Colonia Patricia, a raíz de la reforma administrativa impulsada por Augusto. A partir de ese momento, la ciudad de Séneca y Lucano vive una época de plenitud política, económica y cultural, que se prolongará hasta el siglo III.

UNA APASIONADA HISTORIA
El espacio de la Córdoba romana se articulaba en función de dos foros y dos vías que la atravesaban de norte a sur y de este a oeste, respectivamente, y que confluían en el foro colonial localizado en el entorno actual de la iglesia de San Miguel. Los límites los establecía una muralla cuyo trazado iba, por el este, desde el Guadalquivir hasta la Puerta del Rincón, pasando por las calles de la Feria y Alfaros; al norte recorría la actual Ronda de los Tejares, y continuaba al oeste por la Puerta de Gallegos y la Puerta de Almodóvar, hasta el río. De la ciudad romana, expoliada por las culturas posteriores, no se conserva actualmente sino signos, vestigios de su entidad urbana y de su riqueza monumental: algunos yacimientos arqueológicos, los restos del Templo de la calle Claudio Marcelo, la importante colección que alberga el Museo Arqueológico.
A partir del siglo IV comienza un larguísimo periodo del que apenas se tienen noticias. Son más de tres siglos en los que la desintegración del Imperio romano y la constitución del reino visigodo corren parejos a la progresiva degradación de Córduba, la antigua Colonia Patricia. La situación que se encontraron los musulmanes al llegar a la ciudad en el año 711 no podía ser más desoladora: un puente destruido y abandonado, murallas y casas semiderruidas, amplias zonas desurbanizadas…
La ciudad renace cuando el gobernador al-Hurr la elige como capital de Al-Andalus, una provincia del vasto imperio musulmán que se extendía desde la Península Ibérica hasta Asia Central y el Punjab indio. La proclamación del emirato independiente marcará el comienzo de un extraordinario desarrollo urbano, que alcanza su plenitud y esplendor en el siglo X con Abd al-Rahman III y al-Hakam II. Córdoba se convierte entonces en la ciudad más importante de Occidente, sin comparación posible con cualquiera otra ciudad europea de su tiempo. No sólo por su extensión y número de habitantes -probablemente los doscientos mil- o por la calidad de sus infraestructuras y servicios (comercios, mercados, bibliotecas, baños públicos, escuelas…) sino también por el estilo de un sentimiento de ciudadanía que amparó la convivencia entre tres culturas y religiones distintas y alentó el desarrollo de la literatura, la música, el arte y todo tipo de actividades intelectuales y científicas.
El núcleo de la Córdoba del Califato era la Medina, vertebrada alrededor de la Mezquita Aljama y el Alcázar Califal, y rodeada de una sólida muralla cuyo perímetro coincidía con el de la antigua ciudad romana. Extramuros se extendían un importante número de arrabales o barrios periféricos. El más antiguo, Saqunda, en la orilla izquierda del Guadalquivir; el más importante, la Anarquía, al este de la Medina. Más allá de los arrabales, se levantaban las almunias, casas y fincas de recreo que, como en el caso de al-Rusafa o al-Naura, eran auténticos palacios. Y por fin, a pocos kilómetros, Medina Azahara, la más rotunda expresión del poder y el esplendor califal.
La guerra civil, que comienza pocos años después de la muerte de Almanzor, convertirá la ciudad en un paisaje de desolación y ruinas. Aunque oficialmente el califato llega a su fin en 1031, la Córdoba califal dejará de existir mucho antes, hacia 1013, y de aquel esplendor apenas se mantendrán en pie la Medina y la Anarquía. Paradójicamente en la época poscalifal se produce un inusitado renacer cultural en la ciudad, que resulta especialmente importante en el siglo XII.
Cuando las tropas cristianas conquistaron Sevilla en 1248 no pudieron reprimir su asombro al contemplar la grandeza de la ciudad. Un sentimiento que difícilmente afectaría doce años antes a Fernando III: la Córdoba que encontró en 1236 se parecía muy poco a la gran urbe de la época califal: sólo la Mezquita mantenía viva la huella de aquel espléndido pasado.
Tras la conquista cristiana, la ciudad quedó dividida en parroquias y varias y en la Villa y otras tantas en la Anarquía, que enseguida se convirtieron en el eje vertebrador de la vida social, religiosa y económica de la ciudad, y que con el tiempo dieron lugar a los barrios tradicionales que han llegado hasta nuestros días.

ENCRUCIJADA DE CULTURAS
Córdoba es una ciudad luminosa, cuna de civilizaciones proyectadas desde su integridad; que no en balde está situada en el centro geográfico de Andalucía, lo que le permite irradiar su espíritu en todas direcciones, a la vez que propagar sus acentos en aras de su universalidad.
Si a Roma se va por todos los caminos, a Córdoba se accede por el del noble trazado que le determinó el hecho de ser encrucijada de culturas. Situada entre las suaves ondulaciones últimas de Sierra Morena y la campiña dorada por un sol, que por ser de justicia, sentencia de fisonomías: el trigo, el olivo y la vid.
Córdoba -que es equilibrio supremo- se asienta entre las orillas del histórico río Guadalquivir, reflejando en él sus torres coronadas.
Fue ibérica, fenicia, griega, romana, visigótica y mora. Lejana, por su recato en darse y sola, porque posee los inmortales silencios característicos de las cumbres.
Los aconteceres históricos de esta ciudad se entroncan perfectamente con su emplazamiento físico, son base para una futura ciudad clave, cuya belleza sólo puede ser corregida para ser aumentada, pues no en balde es una de las pocas poblaciones del mundo que está considerada foco de destino universal.
El 15 de diciembre de 1994, diez años después de que la Mezquita fuera incluida en la lista del Patrimonio Mundial, la UNESCO amplió el reconocimiento a su entorno, declarando el Centro Histórico de Córdoba como Patrimonio de la Humanidad.

LA MEZQUITA
Es el monumento más importante de la España musulmana. Edificio singular en su historia y en las líneas que le fueron señalando las civilizaciones y los siglos, la Mezquita, a pesar de sus modificaciones posteriores, presenta el momento culminante del arte califal cordobés.
Como todas las mezquitas, la de Córdoba tiene un hermoso patio delantero  como es el Patio de los Naranjos, con fuentes intercaladas, que en su tiempo sirvieron para las abluciones de rigor.
El exterior de la Mezquita tiene apariencias de fortaleza, donde se conjugan bellas portadas árabes, con elementos arquitectónicos posteriores y, en su línea septentrional posee, un altar dotado de excelente copia de un cuadro de Julio Romero de Torres llamado La Virgen de los Faroles. Sus puertas son de gran belleza: hay que destacar la Puerta de San Esteban; la de San Miguel y la llamada Postigo del Palacio o de la Paloma; pero, sobre todas, la magnificencia de la suntuosa puerta principal, llamada del Perdón, construida en el siglo XIV, bajo puras influencia mudéjares.
La Mezquita se empezó a construir en el año 785 bajo el mandato de Abd al-Rahman I, sobre la planta de una antigua gótica dedicada a San Vicente. Esta primera construcción poseía once naves en dirección norte-sur, y doce tramos de arcos en sentido este-oeste: la nave central se hizo más ancha que las otras.
Esta Mezquita sufrió una ampliación en el año 833 por orden de Abd al-Rahman II, instalándose espléndidos capiteles, muchos de ellos labrados ya especialmente por canteros cordobeses. Son extraordinarios algunos fustes de columnas, sobre todo los dos instalados en el lugar perteneciente al Mihrab.
En el año 961, el califa Al-Hakam II ordenó una tercera construcción en la Mezquita. Quedó aumentada con once tramos más de arquerías, que se cerraron definitivamente con la nueva qibla y el espléndido Mihrab.
En el año 987, durante el califato de Hixem II, el primer ministro Almanzor ordenó una nueva ampliación de la Mezquita, que viene a ser la tercera parte del edificio.

LA CATEDRAL EN LA MEZQUITA
Cuando San Fernando realizó la conquista de la ciudad en el año 1236, la Mezquita fue consagrada dedicándola a la Asunción de María.
A principios del siglo XVI, a pesar de la oposición de los cordobeses, las jerarquías eclesiásticas consiguieron del rey Carlos I que autorizara la construcción de la Capilla Mayor; la Catedral. Para hacerla, tuvieron que destruir gran parte de la Mezquita de Abd al-Rahman II, y de la de Almanzor.
El retablo de la capilla mayor -de 1618- está realizado con jaspes y mármoles rojos de Carcabuey.
Es muy bello el tabernáculo de mármol, así como son ricos y significativos los dos púlpitos de caoba realizados por Verdiguier. Es espléndida la gran lámpara de plata y la sillería del coro también es muy importante: fue tallada en caoba y decorada profusamente con figuras, medallones y relieves. Es del siglo XVIII.
El grandioso Mezquita-Catedral está casi enmarcado por más de cincuenta capillas. Merecen mención especial las de la Concepción, la de San Bartolomé, donde está la tumba del poeta Góngora, y la del cardenal Salazar construida en el siglo XVIII, actualmente utilizada como Sacristía y Sala Capitular. Desde esta capilla se accede a la estancia donde se guarda el tesoro catedralicio, que posee extraordinarias obras artísticas: sobre todo, la Custodia.

EL ALCÁZAR DE LOS REYES CRISTIANOS
Es uno de los monumentos más importantes de Córdoba. Ante los torreones y las murallas de su fachada principal se desenvuelve una bien trazada teoría de palmeras, naranjos y cipreses, acomodados en una cuidadosa repetición de arriates y alcorques, destacando sobre el oro de un albero que le imprime carácter al lugar. Una artística verja deja entrever los árboles de la parte alta de sus jardines.
El Alfonso X el Sabio inició los preparativos para la construcción del edificio; pero fue su biznieto, Alfonso XI en el año 1328, quien empezó a darle su configuración.
Sucesivamente fue morada circunstancial de los monarcas castellanos. Desde él, los Reyes Católicos, preparaban las guerras de Granada y llegaron a recibir a Cristóbal Colón.
Resulta subyugadora la colección de mosaicos romanos, especialmente la representación de Polifemo y Galatea.
Merecen detenida visita los maravillosos jardines con sus albercas escalonadas, así como los patios del edificio. Entre árboles y flores pueden observarse las estatuas de Colón ante los Reyes Católicos, Ninfa del Guadalquivir y las de algunos monarcas castellanos.

MONUMENTOS EN PLAZAS Y JARDINES
Las plazas y jardines de Córdoba están llenos de monumentos escultóricos, dedicados a sus hijos ilustres. A destacar la estatua ecuestre del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, emplazada en el centro de la plaza de las Tendillas, obra de Mateo Inurria.
Osio, el obispo cordobés que presidiera el concilio de Nicea, situado en la plaza de las Capuchinas.
El Duque de Rivas, insigne poeta romántico, escultura de Benlliure en la glorieta central de los llamados jardines altos de Córdoba.
Julio Romero de Torres, bella obra de Juan Cristóbal en los jardines bajos
El monumento al torero Manolete, extensa y expresiva obra de Laviada, instituido en la plaza del conde de Priego, en 1956.
Séneca, el filósofo, obra de Amadeo Ruiz junto a la puerta de Almodóvar, así como Aben Hazan, el polígrafo árabe, en la Puerta de Sevilla, la escultura de Góngora, el poeta, frente a la iglesia de la Trinidad y Maimónides, el médico y filósofo judío, en la plaza de Tiberíades.
También es de Ruiz Olmos el mausoleo del torero Manolete en el cementerio de Nuestra Señora de la Salud.

OTROS LUGARES DE INTERÉS
La Sinagoga es un enclave de ineludible visita. La calle de los Judíos es estrecha y tortuosa. Al principio de su desigualdad, según se viene de la Mezquita-Catedral o el Alcázar de los Reyes Cristianos, la serenidad de una pequeña plaza advierte del carácter hebreo de la vía urbana, ya que en ella se nos presenta una estatua sedente de Maimónides.
A poca distancia se encuentra la Sinagoga, el templo judío de la ciudad, de planta cuadrada. El muro lindante con el patio de acceso está ornamentado con una decoración mudéjar de yeserías, y en su parte alta, que da a una galería se abren tres pequeños balcones bajo arcos angrelados. El muro derecho, el del tabernáculo, está profusamente adornado de yeserías y presenta en su parte central un tablero coronado con arcos, cuyos espacios están llenos de la palabra “bendición”, realizada en caracteres cúficos.
Este templo se construyó en 1315 y es fiel reflejo de la devoción de un pueblo.
A destacar también las iglesias de San Fernando, quien mandó construir varios templos al conquistar la ciudad. El Palacio de la Merced, los conventos, los palacios y casas solariegas, el palacio del Marqués de Viana, así como las calles populares.
Punto y aparte merecen los Patios Cordobeses. Casi todos son verdaderos jardines, de los que surgen, en increíble armonía, alcorques deslumbrantes de blancura, y hasta algunos fustes y capiteles de extraordinaria riqueza.
Ningún visitante debe abandonar Córdoba sin antes ver el monasterio de San Jerónimo, el convento dominicano de Santo Domingo de Escalaceli y Nuestra Señora de Linares, lugar donde se estableció San Fernando temporalmente, cuando se preparaba para la conquista de la ciudad.
A cinco kilómetros de Córdoba se encuentra Medina Azahara, complejo residencial construido por el califa Abd al-Rahman III y empezó a construirse en el año 936, siendo destruido por los bereberes en el 1010.
Otros puntos de interés son el Jardín Botánico, el Museo Provincial de Bellas Artes, sin olvidar las Ermitas asentadas sobre las cercanas cumbres serranas.

GASTRONOMÍA
La cocina cordobesa es puntera y de gran calidad. En sus restaurantes es posible paladear los más excelentes platos.
Salmorejo: pan, aceite, vinagre, tomate y sal. Por supuesto, el típico Gazpacho; las Alcachofas a la Montillana; las Manitas de Cerdo o los Rabos de Toro, así como el llamado Flamenquín, filete de ternera o de cerdo, relleno de jamón serrano y el Revuelto de Trigueros o bien la Caldereta de Cordero y el Pescadito en Adobo.
Y para postres los clásicos Pestiños o el Pastel Cordobés.
Y para regarlo todo bien, un buen vino Montilla-Moriles en sus diferentes variedades.
Un capítulo muy especial merece la artesanía cordobesa.
Auténtica encrucijada de culturas a lo largo de los siglos, Córdoba merece una detenida visita, no en balde se trata de uno de los verdaderos embrujos de la antigua Al-Andalus.


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