LA JUDERÍA DE TOLEDO


                                                               (1ª PARTE)
 

Plazuelas silenciosas, íntimas, sólidos palacios, callejas estrechas y empinadas que se entrecruzan formando un verdadero laberinto. En las portadas, numerosos escudos y remates, arrabales cautivadores y milenarios. El atractivo de la judería de Toledo se apoya en gran parte en que todos sus rincones ponen una nota de magia poética.
Algo de fortaleza, de altivez, de melancolía, de plenitud y a la vez de misticismo. Olorosa a retama y a incienso… Recorrer la que llegó a ser el corazón de la España judía produce una honda emoción en la que han quedado prendidos todos cuantos hasta ella han llegado.
Conocedores de ambientes y sabedores de melancolías han creído encontrar a través de portones y rejas las siluetas de hidalgos y villanos. La judería de Toledo guarda a través de los siglos ecos de hechizo y misterio, y por sus rincones silenciosos parecen escucharse los ecos de todos los personajes que han forjado su leyenda
Mientras, cerca del lugar remansan las aguas del Tajo en cárdenos atardeceres de la vega y en alamedas rumorosas.
Numerosos manuscritos han dejado testimonio de su importancia y de ahí que muchos recorran sus intrincadas callejuelas en busca de las huellas de una historia donde pasado y presente se funden en un tiempo sin medida.

LOS JUDÍOS EN ESPAÑA
A través de los siglos, muchas son las leyendas  que se han formado sobre la llegada de los judíos a España. Según ellas, los primeros habrían llegado en la época del rey Salomón aprovechando los viajes de los fenicios, o bien cuando Nabucodonosor deportó a la población del reino de Judá. Cabe dentro de lo posible que en esas ocasiones vinieran a la Península Ibérica algunas familias judías aisladas, pero los datos históricos más fehacientes indican que la aparición de judíos en nuestro país, en número importante y en forma más o menos organizada, se produjera en los siglos I y II de nuestra Era, cuando los romanos deportaron a los judíos de Palestina.
Las primeras comunidades judías se asentaron en la costa mediterránea y luego poco a poco se fueron extendiendo por el resto de la Península. En el siglo IV, según los cánones de un concilio celebrado en Elvira y otros datos disponibles, la población judía era ya muy numerosa y se dedicaba de forma fundamental a la agricultura. Para fines del Imperio romano puede afirmarse que las comunidades judías estaban ya plenamente consolidadas en España y muy asentadas en esta tierra. En ésa época, una determinada exégesis del versículo 21 del profeta Abdías, que habla de los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad identificaba a ésta con Hispania y desde entonces para el judaísmo España es Sefarad -así se denomina nuestro país en lengua hebrea- y los sefardíes forman un grupo concreto dentro de los judíos, diferenciándose en algunas cosas de otros grupos, fundamentalmente de los asquenazíes o judíos centroeuropeos.
Mientras duró el Imperio romano los judíos no tuvieron en España mayores problemas que en otros países. Lo mismo ocurrió con el reino visigodo en tanto éste fue oficialmente arriano, pero todo cambió a partir de la conversión de Recaredo a la religión católica en el año 586. Desde entonces los reyes visigodos buscaron la unidad religiosa de su reino bajo la fe católica y comenzaron a perseguir a los judíos y hacerles la vida imposible. Durante más de cien años, las leyes visigodas les fueron adversas, haciéndolos objeto de toda clase de vejaciones y humillaciones, incluso el rey Egica llegó a ordenar que fueran reducidos a esclavitud perpetua.

ESPAÑA MUSULMANA
La invasión de los árabes en el año 711 supuso una liberación para los judíos, que pronto se pusieron al servicio de los nuevos gobernantes. Para los musulmanes, el judaísmo al igual que el cristianismo, era una religión tolerada, de ahí que en términos generales permitieran a los judíos vivir libremente sin más que pagar un impuesto especial. Además, los invasores eran pocos en número, por lo que se veían obligados a confiar en aquellos grupos que podían serles fieles, como era el caso de los judíos. Éstos, por su parte, se adaptaron enseguida al nuevo Estado y empezaron a ocuparse de aquellos oficios que para los árabes eran de segunda categoría, pero que podían ser muy lucrativos, como el comercio y el funcionariado administrativo.
A partir del Califato de Córdoba (siglo X) comenzó la gran época de los judíos españoles que alcanzaron en la España musulmana -califato y reinos de taifas- durante los siglos X y XI el mayor bienestar y nivel cultural que hayan alcanzado los judíos fuera de Israel hasta el siglo XVIII.
La situación empezó a cambiar con la llegada de los almorávides, más intransigentes con las religiones que no fueran la islámica. Sin embargo, y después de unos malos y primeros momentos, los judíos lograron rehacerse y gozar de un relativo bienestar en la España musulmana hasta mediados del siglo XII. Pero en 1140 llegaron los almohades, mucho más radicales en materia religiosa y exigieron la conversión al Islam de los no musulmanes. En pocos años, los judíos huyeron en masa hacia la España cristiana.

ESPAÑA CRISTIANA
Mientras en la España musulmana los judíos alcanzaban el grado de bienestar y cultura que se ha visto en los pequeños reinos cristianos del norte, existían unas cuantas juderías dispersas y por lo general pequeñas.
A fines del siglo XI y comienzos del XII la Reconquista cristiana consiguió avances considerables. Alfonso VI conquistó Toledo, y Aragón y Cataluña incluyeron en sus territorios el valle del Ebro. De este modo, importantes masas de población judía pasaron a ser súbditos de los reyes cristianos. Además, esa población se incrementó con los millares de judíos que huían de los almohades a causa de su fanatismo religioso.
Los reyes echaron mano entonces de todos los recursos a su alcance, también de los judíos. Muchos de estos, sobre todo los que venían de la España musulmana, eran expertos en tareas administrativas, y así consiguieron introducirse en los cargos públicos, especialmente en la recaudación de impuestos. También la medicina y el conocimiento del árabe les sirvió a los judíos para acceder a la corte, muchos incluso llegaron a hacer fortuna y se convirtieron en financieros de los reinos de Castilla y Aragón. A mediados del siglo XIII, toda la Península a excepción del reino de Granada era ya cristiana. Aquella fue la mejor época de los judíos, especialmente durante los reinados de Alfonso X y Jaime I. Toledo se convirtió entonces en un importantísimo centro de vida judía y allí vivían los grandes rabinos, literatos, financieros y hombres de Estado.

TOLEDO, CAPITAL DE SEFARAD
Sin lugar a ningún género de dudas, Toledo ocupa un lugar de privilegio en la historia judía. La más importante de las ciudades del reino de Castilla era, al mismo tiempo, la capital de Sefarad (España judía) y para los sefardíes repartidos por todo el ancho mundo se convirtió en el símbolo de un glorioso pasado en España. Pero no fue sólo su simbolismo histórico lo que le confirió una singular importancia en la vida judía. En la actualidad sigue siendo una ciudad de extraordinario relieve en el judaísmo universal, merced a la conservación de su esplendido barrio judío y de sus magníficas sinagogas, que son indudablemente algunas de las más antiguas del mundo y de una belleza incomparable.
En conjunto, el barrio judío se mantiene en gran medida tal y como era en época medieval, y muchas de sus calles, especialmente los callejones cortos, pero también algunas principales, como las del Ángel, conservan bien su estructura original. Las mayores transformaciones se han debido a la apertura de calles más anchas como la de los Reyes Católicos o el paseo del Tránsito con su jardín, y a la construcción de grandes edificios, como la iglesia de San Juan de los Reyes o la Escuela de Bellas Artes, que cambiaron radicalmente lo que era un entramado de calles estrechas y callejuelas.
En un recorrido a través del barrio de la judería toledana, partiendo de la Puerta del Cambrón se toma enseguida a la derecha la calle Alamillos de San Martín que baja hacia el río Tajo; a mitad de esta calle y en sus aledaños el visitante se encuentra en el corazón de lo que fue, primero el núcleo primitivo de la judería, y más tarde un núcleo muy habitado, que se llamó Degolladero. Recibía este nombre porque en él estaba la carnicería-matadero de los judíos, el lugar -donde se degollaban las aves y las reses-, que se hallaba encima del puente de San Martín, teniendo a su vera un horno de cocer pan. En este barrio se encontraban los castillos viejo y nuevo de los judíos. El primero situado en lo que ahora es el jardín privado de los franciscanos de San Juan de los Reyes, mientras que del nuevo, que se construyó en el reinado de Alfonso X, no se ha podido precisar su localización, aunque se sabe que estaba cerca del anterior, más próximo al río. También por esta zona existía una sinagoga que recibió el nombre de Almaliquim (probablemente en este amplio barrio del Degolladero había más de una). Una vez que se ha bajado la calle Alamillos de San Martín, se gira a la izquierda por la Bajada e San Juan de los Reyes y se sigue por Santa Ana. En esa zona se pueden apreciar interesantes y consistentes restos de la muralla que rodeaba el barrio por la zona del río.
Se sale del barrio del Degolladero ascendiendo por la calle de Santa Ana hasta llegar a la plaza de Barrio Nuevo. El visitante se encuentra entonces en lo que era el centro vital de la judería, la zona más animada.

                                                                                                                 Continuará

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