Para
las gentes que habitan en las aldeas lindantes con la jungla, el tigre de
Bengala es el más poderoso de los animales. Valiente, majestuoso, bello… la
viva imagen del Shere Khan de Rudyard Kipling. Símbolo de ferocidad para unos,
de nobleza para otros. Venerado como un dios por el hombre religioso, pero que
ha venido siendo expulsado de sus tierras por este mismo hombre a través de los
años, cazado por su piel, prisionero real de los zoológicos de medio mundo y
considerado muy peligroso, es, de alguna forma, el símbolo de la India, víctima emblemática
de las contradicciones de este país, presa entre los problemas presentes y los
esplendores pasados.
Los
sabios se retiran a la selva para meditar. Los rastreadores la recorren en
busca de sus huellas. Por su parte, los campesinos pasan días enteros en su
interior en busca de plantas medicinales o arreglando un camino. Durante miles
de años, recogedores de bayas, leñadores, recolectores de miel… adquirieron un
profundo conocimiento sobre la fauna selvática.
Un
tigre cerca de los campos de cultivo significaba el alejamiento de ungulados,
roedores y monos. Protegiendo las cosechas se garantizaba la supervivencia de
las aldeas. Cuando había necesidad se sacrificaba con gusto un buey para
satisfacer a la fiera hambrienta. Los incidentes resultaban raros. El tigre era
con frecuencia ennoblecido e incluso a veces deificado.
Pero
desde hace un par de siglos, el hombre, ignorando la realidad ecológica y su
delicado equilibrio, busca ganancias a corto plazo y dilapida de forma
inconsciente su patrimonio, avanzando cada vez más en el interior de las zonas
forestales, transformándolas progresivamente: los árboles son abatidos en masa
y millares de animales mueren o sufren heridas. La fauna abandona estos lugares
hollados por el hombre.
El
tigre, solitario por naturaleza, pierde así uno de sus elementos esenciales: la
calma del entorno. Los incidentes entre el hombre y el tigre aumentan.
Propagado por los buscadores de pieles, los madereros o los cultivadores de
caña de azúcar, el mito del tigre “devorador de hombres” crece cada vez más al
transformarse en un enemigo a batir, temible y totalmente desconocido.
Por
fortuna, a mitad de camino entre Bharatpur y Kota, existe el Parque Nacional de
Ranthambore, una de las mejores reservas de la India y uno de los principales ejemplos de los
intentos de conservación del llamado -Proyecto Tigre-.
EL AUTÉNTICO “REY DE LA
JUNGLA”
Siempre
es un emocionante recuerdo el que se guarda tras contemplar la primera aparición
de este magnífico animal en el corazón de este parque.
Suelen
seguirse sus huellas desde el alba, a lomos de elefante o bien en un vehículo
todo-terreno, atravesando bosque y bordeando los lagos. La vegetación es densa,
existen algunos bambúes gigantescos y cada vez resulta más difícil vislumbrar a
través de la espesa selva.
Cerca
de la fortaleza, medio escondido en un alto rocoso, se le suele sorprender,
valiente y majestuoso. El marco de verdor acrecienta su misterio dándole un
aspecto casi irreal. Camuflado de forma admirable entre los juegos de luces y
sombras, sin preocuparse de la presencia de los inesperados visitantes. Las
imponentes patillas blancas de su rostro son inconfundibles en un macho adulto.
El blanco lechoso de su vientre y pecho hace resaltar su piel de fuego con
rayas oscuras. Sus enormes patas provistas de pequeñas almohadillas de color
negro con una más grande en el centro, poseen articulaciones delicadas y
resistentes que le dan ese característico caminar flexible y elástico. Las
patas impresionan siempre por su tamaño y por su poderosa estructura, a pesar
de la suavidad de su aspecto, podrían arrancar la cabeza de cualquiera de una
sola caricia.
Bosteza,
dejando al descubierto su temible dentadura de carnívoro y se tiende en el
suelo. Luego vuelve a levantarse lentamente, observa con indiferencia a su
alrededor y se aleja, desapareciendo entre la lujuriosa vegetación.
En
las últimas horas de la tarde, después de atravesar el desfiladero que da
acceso a la fantástica jungla de Ranthambore, delante del Jogi Mahal, es otro
punto interesante de observación. El Jogi Mahal es un antiguo palacete de caza
del maharajá de Jaipur. Un pequeño
edificio de color rosado escondido entre los álamos ribereños del lago Padam, a
la sombra de las ruinas de la fortaleza milenaria desde la que se contempla
casi toda la región, los lagos de
Padam,
Rajbagh y Malik, los suaves valles y colinas, los bosques, los profundos
barrancos y los lugares más recónditos a los que no llega el sol.
Los
tigres pueden permanecer agazapados un día entero a la espera de una presa.
Observando con detenimiento como si sopesara las posibilidades de éxito.
De
repente suena el berrido de un sambar que pone en alerta al resto de su rebaño.
Los demás ciervos permanecen inmóviles y miran todos en la misma dirección.
Presienten el peligro.
Traidoras,
las lianas del sotobosque tiñen la penumbra de colores amarillo y anaranjado,
ofreciendo al gran felino rayado un magnífico camuflaje.
El
tigre se presiente cerca, está en alguna parte, invisible a los ojos del
visitante.
Durante
unos instantes reina una gran tensión. Escudriñando con ojos y oídos la selva
que el visitante va atravesando. A lo largo de muchos e infructuosos rastreos
suele sorprenderse al resto de animales que pueblan el parque.
De
repente, surge ante la vista el magnífico animal. Excitados por el encuentro,
se olvidan todos los miedos y llega el momento de utilizar la cámara
fotográfica. Todo con el máximo silencio y lentitud de movimientos.
El
tigre suele avanzar indiferente a la presencia del visitante, pero con gran
majestuosidad. Puede ser una tigresa que va protegiendo a sus pequeños o bien
en solitario, de cacería y está hambrienta. En cualquier caso el peligro está
asegurado.
Los
berridos de alarma de los cérvidos ponen en tensión al resto de pobladores de
esta jungla. A su vez, los cocodrilos también permanecen inmóviles entre los
nenúfares de los lagos, con sólo sus prominentes ojos asomando sobre la
superficie del agua. Su agilidad en la profundidad del lago es mortal. En la
estación seca suelen cazar incluso ungulados con facilidad.
Los
sambar y los chitales que ya han olvidado a la tigresa, salen al descubierto
corriendo un grave riesgo.
Como
una exhalación, truncando la placidez del atardecer, con una velocidad
extraordinaria de agilidad y movimientos surge el felino rayado que se abalanza
sobre el rebaño de cérvidos. Todos huyen en desbandada, pero ella ya tiene una
presa entre sus poderosos dientes.
Los
lagos, riachuelos y la selva de Ranthambore son el escenario de un perpetuo
combate a vida o muerte entre los animales que lo pueblan.
Los
tigres no siempre tienen éxito en sus ataques. La tensión acumulada durante las
largas horas de espera al acecho, seguida de asaltos en terrenos a veces
difíciles y rocosos, desgastan sus fuerzas y les obligan a largos periodos de
reposo entre cada tentativa.
Además,
los enfrentamientos con los grandes herbívoros, suelen ser peligrosos y pueden
dejarles malos recuerdos. Patadas, arañazos, cornadas, músculos lastimados,
heridas de las que no siempre se recuperan a causa de sus débiles defensas
contra las infecciones.
Cuando
está lo suficientemente cerca de la víctima, el tigre siempre salta sobre ella
y le parte la columna vertebral con sus 300 kilos de peso o con una dentellada
precisa en la nuca que le secciona la médula espinal
El
descenso del nivel del agua en la estación seca y la concentración de la fauna
junto a los lagos, atrae a los grandes felinos, mal adaptados al calor y que
también necesitan refrescarse. La temperatura en Ranthambore suele oscilar
alrededor de los 48 grados.
Solitarios
por naturaleza, evitan encontrarse y con frecuencia se acercan a los aguaderos
durante la noche para interferir lo menos posible en el territorio de otra
fiera. El encuentro con otro macho puede tener fatales consecuencias.
Buscando
el frescor, muchos tigres pasan el día ocultos en los barrancos que se
extienden junto a la base del fuerte y entonces resulta difícil observarlos.
ESCENARIO
DE UNA SANGRIENTA HISTORIA
Una de las más impresionantes y
misteriosas fortalezas de Rajasthan es la que se halla en el interior del
parque nacional de Ranthambore.
Encaramada sobre un gran risco, sus
ruinas surgen entre la densa vegetación que la rodea. Es uno de los mejores
ejemplos de fortaleza protegida por la propia selva. Un lugar casi inaccesible
en su época.
Construida en el año 944, posee una
complicada y sangrienta historia. Al principio se convirtió en un lugar
estratégico y de gran importancia, dado que controlaba el comercio existente
entre el norte del país y la
India Central, de ahí que fuera tan codiciado por los
gobernantes de aquellas tierras. En 1192 fue tomada por los Chauhan, expulsados
de sus bastiones en Ajmer y Delhi.
A finales del siglo XIII vivió una
época gloriosa durante el reinado de Hammir Dev, último gobernante de la
dinastía Chauhan, pero fue saqueada por el musulmán Ala ud Din Khilji en 1303.
El fuerte fue dramático testigo del acto conocido como jauhar o suicidio en masa arrojándose a una hoguera de todas las
mujeres que pertenecían a la realeza, para evitar caer en poder del invasor en
la fortaleza.
Recuperada más tarde por los rajputs, en 1569 pasó a manos del gran
emperador mogol Akbar, quien luego de someterla a un incesante asedio por
espacio de casi cuarenta días, se hizo con el control del fuerte.
Cuando pasó a manos de los emperadores
mogoles, se convirtió en prisión. Los prisioneros solían permanecer en las
celdas hasta el momento de ser ejecutados, siendo arrojados desde lo alto de
las almenas. La mayoría terminaban devorados por las fieras.
En el siglo XIX, la fortaleza de
Ranthambore fue devuelta al maharajá
de Jaipur, hasta que llegó la independencia india en 1947.
El acceso a la fortaleza se realiza a
través de un angosto desfiladero en el interior de la propia jungla,
fortificado por una tortuosa muralla. A lo largo del camino se alzan las cuatro
puertas, defendidas con estacas contra elefantes, enormes cadenas y un diseño
zigzagueante destinado a dificultar el paso.
Hay que destacar el enigmático y
antiguo monolito de Ranthambore, situado junto a la tercera puerta. La cuarta
puerta se encuentra en la parte superior de una escalera y está reforzada por
una torreta.
Un laberinto de túneles abovedados
conduce hasta el interior de la fortaleza, hoy en ruinas. Aún pueden verse dos
pequeños templos y los restos de un depósito de agua.
El lugar ofrece, asimismo, otras
interesantes atracciones para los visitantes. Para los amantes de la historia,
la fortaleza es origen de un sin fin de leyendas que son contadas por los
nativos de los alrededores, siendo también de interés los diferentes templos
hindúes, dedicados a las deidades Ganesh y Shiva principalmente, que se ubican
en el perímetro del parque.
Las silenciosas ruinas de la fortaleza
de Ranthambore ofrecen una excepcional panorámica de la selva circundante. El
núcleo central del parque abarca una superficie de 230 kilómetros
cuadrados.
Ranthambore es famoso por sus tigres,
que deambulan entre las ruinas del fuerte y a menudo abaten a sus presas ante
la atónita mirada de los visitantes. Es uno de los lugares favoritos de los
aficionados a la observación de la naturaleza. El comportamiento del tigre lo
hace diferente al de otros grandes felinos, ya que tiene la capacidad de
ocultarse y fusionarse con su entorno. Esta es una de las principales técnicas
de supervivencia que tiene este maravilloso animal.
A la entrada del parque existe un
cartel que indica: “No se decepcione si
no puede ver un tigre, el tigre seguro que lo habrá visto a usted”. Ellos
son los auténticos dueños y señores de la jungla, los guardianes de la
fortaleza de Ranthambore.
(Ver interesante colección gráfica de
este reportaje en GALERIA DE FOTOS)