ESPLENDOR
FARAÓNICO
En el principio de los tiempos,
cuando el resto del mundo apenas si había entrado en la historia, Egipto fue
cuna de las más antiguas civilizaciones y los faraones, poderosos personajes
que perpetuaron sus reinados con unos templos y monumentos funerarios cuya
grandiosidad no lograría superarse jamás.
A orillas del padre Nilo y
acariciada por el cálido viento del desierto, Tebas, la "ciudad de las
cien puertas" así descrita por Homero en La Ilíada, se erigió en núcleo importante de población, extendiendo
su influencia y cultura a través de Oriente y Occidente. En la actualidad, la
legendaria Luxor rezuma elixir de eternidad, abrumando al viajero a cada paso
con la fantástica desmesura de sus ruinas, testimonio inequívoco de lejanas épocas
de esplendor.
A TRAVÉS
DEL NILO
Dejando atrás Abu Simbel, el
extraordinario conjunto monumental que se hiciera construir Ramsés II, fiel
reflejo del singular egotismo del que fue considerado como uno de los más excéntricos
faraones, más allá del lago Nasser y la presa de Assuan, el cauce del Nilo
conduce al viajero a algunos de los enclaves más importantes y donde a través
de los siglos, expoliaciones al margen, mejor se han conservado los tesoros del
mítico Egipto. Tal es el caso de los templos de Philae, trasladados desde su
lugar de origen a la pequeña isla de Agilkia, un poco más al norte, para evitar
que fuesen inundados, no en balde se trata de uno de los más bellos yacimientos
arqueológicos en los que se entremezclan estilos tan diversos como el
bizantino, griego o romano.
Siguiendo el curso del río, Kom
Ombo, Edfú y Esna son los puntos de máxima atracción. A resaltar en primer
lugar el templo de Kom Ombo dedicado a Sobek, la deidad con cabeza de
cocodrilo. En Edfú, el templo del dios Horus data de la época ptolomaica y es el de mayores
dimensiones después del de Karnak. En sus muros hay esculpidos relieves e
inscripciones jeroglíficas, testimonio de los rituales religiosos del periodo
en que fue construido, destacando también en su interior un bello tabernáculo
de granito de cuatro metros de altura. Un paseo por su patio de entrada rodeado
de columnas, así como por los corredores que lo circundan, dan una perfecta
idea de la grandiosidad de este santuario.
Tras cruzar por una serie de
angostas y bulliciosas callejuelas repletas de bazares, en Esna el visitante
bien pronto queda absorto ante el templo que estuvo bajo la advocación del dios
Khnum, representado con cabeza de carnero. La sala hipóstila con sus 24 columnas
y capiteles con diferentes motivos florales se conserva en muy buen estado,
asegurándose que sus relieves e inscripciones son de un gran valor.
Flanqueado por una exuberante
vegetación, palmerales y zonas de cultivo muy especialmente, el Nilo prosigue
descubriendo las excepcionales maravillas de este milenario país. Alrededor de cincuenta
kilómetros después de abandonar la población de Esna, ya desde la lejanía se
vislumbra la gran magnitud de Karnak. El viaje está llegando a uno de sus
puntos culminantes: la mítica Tebas, lugar de privilegio donde pueden
contemplarse algunos de los templos de mayor envergadura y belleza, el
auténtico corazón del Egipto faraónico.
Razones geográficas y políticas
convirtieron esta ciudad en un centro de gran relevancia, la capital del
Imperio Nuevo, donde se adoraba con suntuosos ritos y ceremonias a la tríada de
dioses formada por Amon, Mut y Khonsu. Durante siglos los faraones fueron
enriqueciéndola, siempre tratando cada uno de ellos de superar a su antecesor.
Cualquier victoria en un campo de batalla o diferentes motivos de conmemoración
de un evento eran suficientes como para construir un templo, levantar un
obelisco o erigir unas esculturas.
Desde la más remota antigüedad,
el hombre siempre ha creído estar interpretando el último acto de su historia.
Los faraones, para perpetuar su memoria, estuvieron convencidos durante su
reinado de construir la auténtica ciudad de Dios.
Tebas se transformó en un centro
de gran renombre e influencia hasta que Asurbanipal la saqueó en el año 627 a.C.
Entonces comenzó su declive y con posterioridad los ptolomeos acabaron por destruirla. Sólo las ruinas permanecen como
el más conmovedor legado para toda la humanidad.
Según se cita en viejas
escrituras, la ciudad quedó dividida por un canal, al norte del cual se
extendió el pueblo de Karnak, mientras que la actual Luxor surgió al sur.
El templo de Luxor, denominado
"el harén meridional de Amon", estuvo en sus orígenes unido al de
Karnak a través de una gran avenida adornada a ambos lados por esfinges primero
con cabeza de carnero y después con cabeza humana, la cual se conserva en parte
en la actualidad.
Un enorme pilón de 65 metros
señaliza la entrada en el templo y en el mismo están esculpidos bajorrelieves
que describen la campaña militar de Ramsés II contra los hititas. Una vez en el interior de este magnífico santuario (de unos
260 metros de longitud) y dejando atrás un obelisco (anteriormente existían dos
pero uno de ellos fue trasladado a París y situado en la plaza de la Concordia),
dos colosos de granito rosado sobre enorme pedestal representan al faraón
sentado en su trono.
Siguiendo a través de una gran
hilera de columnas rematadas con capitales, el pequeño templo de Tutmosis III
con sus capillas dedicadas a diferentes deidades, así como otra columnata no
menos fastuosa, dan acceso finalmente a otro santuario, en éste caso construido
por Amenofis III. En la parte exterior del recinto destacan sus muros adornados
con escenas que representan batallas y ceremonias religiosas… Todo un alarde
esculpido en piedra que extasía al visitante por la magnificencia de cuanto se
ofrece a sus atónitos ojos.
MONUMENTAL
KARNAK
A poco más de tres kilómetros de
distancia, el majestuoso Karnak, el templo del dios Amon, está constituido por
un extraordinario laberinto de fachadas, pasadizos, explanadas, terrazas y
corredores que antaño sólo fueron accesibles a los sacerdotes y los propios
faraones.
Resultan asombrosas las
dimensiones de Karnak, sin duda, el mayor templo del mundo, en cuyo interior destacan
la sala hipóstila con más de un centenar de metros de anchura y sus 134
columnas también con relevantes capiteles.
Cuentan algunas historias que
durante la XIXª Dinastía cerca de cien mil personas, entre sacerdotes,
guardianes y obreros, trabajaron en este templo, gozando para su mantenimiento
de las rentas de numerosos campos de cultivo, mercados y talleres, además de
contar con las riquezas del faraón y los botines traídos de sus batallas.
Toda la magnitud faraónica que el
hombre haya podido imaginar y ejecutar, se manifiesta en Karnak a sublime
escala. Es necesario abrir bien los ojos, avanzar con lentitud y admirar con
detenimiento esta colosal obra cuajada de obeliscos, capiteles, altares, pilones,
columnas… Una inmensidad que subyuga, umbral solemne y bálsamo de inmortalidad
que asombra a quien penetra en este oasis petrificado, la casa de la deidad
Amon, la cual ha conservado intacto a través de los siglos un misterioso poder
de fascinación.
Aún hoy, si es posible recorrer
en silencio los interminables pasadizos del templo y pasear junto al lago
sagrado, el viajero parece escuchar susurros y lamentos que surgen de las
propias paredes y hablan sobre los que fueron sus legendarios moradores,
quienes hace siglos iniciaron el largo viaje a través de la eternidad y entre
estas piedras, mudos testigos de sus vidas, violentas pasiones, cruentas
batallas, ritos y placeres rodeados de un lujo tan insólito como inimaginable,
fueron capaces de escribir algunas de las más atormentadas y bellas páginas de
la historia.
Un viaje a Luxor y Karnak debe
completarse, sin duda, con una visita a su museo, en el cual se conservan
numerosas obras interesantes, entre ellas la reconstrucción de la pared de uno
de los templos erigidos por Akhen-Atón.
Cruzando el Nilo, frente a la antigua Tebas se
extiende la llamada -Ciudad de los muertos-, donde eran enterrados los
faraones. Las numerosas tumbas del Valle de los Reyes, el templo Deir El Bahari
perteneciente a la reina Hatshepsut, el conjunto monumental de Medinat Habu, la
tumba de Nefertari en el Valle de las Reinas, los colosos de Memnon… La orgía
faraónica que no cesa, enclaves todos ellos de ineludible visita.
Visitar Egipto, navegar por el
padre Nilo y poder admirar el esplendor faraónico, supone tanto como vivir una
experiencia, a no dudarlo, apasionante, infinitamente mucho más que un viaje
convencional. Un auténtico destino mágico para el viajero.
(Ver interesante colección gráfica de este reportaje en
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