UN PARAÍSO EN LA JUNGLA NEPALÍ
(2ª Parte)
UN OBJETIVO APASIONANTE
Al día siguiente, antes de amanecer, ya
tuvimos todo previsto para continuar nuestra expedición. Según Shahi, el
poblado no estaba a más de una hora de camino. Una lógica inquietud nos
embargaba en los minutos que precedieron a la llegada a Patlahari.
Como suele suceder, siempre son los
chiquillos el comité de recepción en cualquier poblado, y con ellos la innata
curiosidad que se deja traslucir a través de sus enormes y brillantes ojos
oscuros.
Bullicio, alegría y poco menos que una fiesta
en nuestra aparición entre las primeras chozas, mientras que algunas mujeres
nos observaban entre incrédulas y sorprendidas.
Después de que el guía nativo hablara en su
dialecto con unos ancianos primero y luego con el que parecía el jefe o
responsable de la aldea, fuimos aceptados con toda cordialidad.
De hecho, en aquellos momentos, en su
poblado, en su tierra, era yo el intruso y, por tanto, quien despertaba la
curiosidad de todos.
Los tharu
de Patlahari no son más de una docena de familias.
De piel oscura, parecen como una mezcla de
arios y mongoles. Las familias viven juntas, los padres con todos los hijos,
incluso cuando éstos se casan.
A diferencia de los sistemas adoptados por otras
etnias del Nepal que tienen muchas peculiaridades, entre ellos no se unen en
matrimonio dos hermanos con la misma mujer para así evitar el fraccionamiento
de las tierras cultivadas.
Viven en primitivas cabañas hechas de barro y
caña de la denominada "hierba de elefante" por sus enormes hojas que
se asemejan a las orejas de estos animales (scharum)
y en el interior de las mismas se ubican diferentes espacios para los ancianos
de la familia, los padres y el resto de los hijos, con otra exigua separación para
aquellos que están casados y sus niños pequeños.
Por lo general, las chozas están bien
distribuidas, dejando la parte trasera para los animales e incluso hay algunas
familias que disponen de un reducido espacio para tener algún pequeño cultivo,
a manera de huerto, el cual rodean con bambú. Otras tienen también un inar, un pozo de agua. A decir verdad,
el agua es una riqueza que para ellos no escasea.
Realizan trabajos agrícolas, que es
fundamentalmente de lo que viven, siendo el arroz, la cebada o el mijo lo más
importante, algo de trigo y también mostaza. En la época de más calor, también
cuidan frutales como la papaya, el plátano o el mango.
Hay que tener en cuenta que la vida, el
trabajo e incluso buena parte de las costumbres de estas gentes del Terai, como
las del resto del Nepal, la India y casi todo el sudeste asiático, gira en
torno del ciclo monzónico (de Junio a Octubre), con un invierno suave (de
Noviembre a Febrero) y una primavera (de Marzo a Mayo) en la que los días son
calurosos.
Al margen de la agricultura, son también muy
aficionados a la pesca, la cual realizan de forma muy rudimentaria en los
pequeños ríos próximos al poblado, adentrándose en sus aguas y manteniendo
sumergida una especie de jaula hecha de ligeras cañas (dhadia) de forma ovalada, la cual sostienen hasta que alguna pieza
se introduce en la misma.
La mayoría de los afluentes cercanos van a
parar al Rapti y éste a su vez se junta con el Narayani que sigue su curso
hasta la India donde recibe el nombre de Gandak. Dado que el Gandak va a parar
al mítico Ganges, se considera sagrado.
Su organización tribal es muy sencilla,
existiendo una especie de jefe o líder que es nombrado por los diferentes
responsables de las familias, y es él quien preside todas las ceremonias
rituales, efectúa plegarias en nombre del resto y realiza las ofrendas a los
dioses.
Los tharu
de Patlahari practican la religión hinduista y sus dioses más allegados son
Shiva y Krishna. No obstante, a la inversa de como sucede al norte del país
donde el misticismo y una profunda religiosidad impregnan la vida cotidiana,
ellos se muestran de forma algo más liberal y no parecen sentirse tan
estrechamente vinculados a sus creencias, o al menos no lo manifiestan
ostensiblemente.
Dado su aislamiento natural, con alguna periodicidad
desde el norte llegan hasta el poblado algunos suministros, gracias a los
cuales consiguen vender o cambiar sus productos por otros artículos como ropas,
enseres agrícolas, etc.
Aún tratándose de una comunidad muy reducida,
son muy proclives a las celebraciones festivas. Las más importantes al cabo del
año suelen ser: el Holi, una especie
de carnaval (marzo-abril), muy alegre, con música, canciones y danzas que
realizan con máscaras y arrojándose polvos de colores.
En el mes de julio se celebra el Jitia, ocasión en que las mujeres visten
sus mejores ropas en homenaje a sus maridos, aprovechando para pedir a los dioses
fortaleza, virilidad y una larga vida para ellos.
A principios del invierno (según el calendario
lunar) conmemoran el depawali o fiesta
de la luz, cuya duración es de cinco días y en ella se rinde culto a los
cuervos, después a los perros, el tercer día se ofrendan a las vacas comidas
especiales y regalos, luego a los bueyes y el último día a los hermanos o
hermanas.
Durante mi permanencia entre los tharu de Patlahari, nunca me sentí
extraño, fui acogido con una enorme hospitalidad, simpatía y siempre con un
gran respeto, algo innato en los nepalíes ya sean como ellos o del norte,
demostrando por mí casi tanta curiosidad o más de la que sentía yo por ellos.
La mañana en que tuve que partir se llevó a
cabo una auténtica y masiva ceremonia de despedida, poco menos que una fiesta,
unos instantes emotivos que después me hicieron pensar en que había dejado allí
un puñado de buenos amigos, una gente extraordinaria.
Cuando abandoné el poblado y a medida que me
iba alejando, me volví para seguir contemplando aquel lugar tan primitivo como
fascinante. El jefe Rayamhaji, rodeado de algunos ancianos e infinidad de
chiquillos, desde la lejanía alzó su brazo para dedicarme su último saludo
El regreso a Bharatpur lo hice tratando de
recordar todo lo experimentado durante aquellos días inolvidables. Después de
recorrer unos kilómetros con el vehículo que nos aguardaba según lo previsto,
llegamos a Mugling, la frontera con la región del Terai, de alguna manera el
retorno al bullicio, la carretera, los camiones... la complicada civilización.
Las jornadas vividas intensamente en el seno
de los tharu representaron, sin duda, una fascinante experiencia.
Patlahari sigue siendo, por suerte para los
pocos nativos que la habitan, un reducto olvidado y un lugar donde sentirse
feliz, un auténtico paraíso.
(Ver interesante
colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)