LA VIEJA SAIGÓN
Una ciudad que evoca un
exotismo cargado de una lánguida voluptuosidad. Una urbe bulliciosa y decadente
al mismo tiempo que ya no puede aspirar a la reputación de ser la “perla de
Extremo Oriente”, pero sí tiene una personalidad muy particular.
Durante siglos, Oriente
ha cautivado la imaginación occidental, y es que al viajero le encanta perderse
en el fascinante universo de sus callejuelas saturadas, dejarse absorber por el
propio ambiente y vivir como inmerso en un sueño. Un espectáculo multicolor que
excita los sentidos hasta límites insospechados. Y la vieja Saigón está llena
de rincones de una especial sensibilidad, lugares que rezuman enigma y misterio
donde percibir la sosegada sensibilidad de un mundo tan atractivo como lejano.
Para el occidental que se asoma al ventanal de la
realidad de esta ciudad, la más poblada de todo Vietnam, las gentes que
transitan por todas partes, ya sean vietnamitas, jemeres, chinos, indios o
cualquier otra procedencia, pueden parecer seres pintorescos que se mueven en
un mundo extraño e incomprensible. Un mundo difícil de penetrar, casi tanto
como escapar de él. Y de forma irremediable, el viajero se siente atrapado.
UNA CIUDAD EXCITANTE
Para buena parte de los
viajeros, es la puerta de entrada al país y, por tanto, la primera imagen que
reciben de Vietnam. Sin embargo, esta urbe de nueve millones de habitantes, la
antigua capital de la
Cochinchina francesa hasta 1954 y de Vietnam del Sur hasta
1975, tiene muy poco que ver con el resto del país.
Lejano en el tiempo,
aunque posiblemente no en el olvido, está aquel 30 de abril de 1975 en el que
los tanques del Vietminh hicieron su
entrada en la ciudad, mientras desde la azotea de la embajada norteamericana se
evacuaba a los últimos helicópteros. Cinco millones de muertos le costaron a
Vietnam el enfrentamiento más sangriento que se recuerda en la historia del
siglo XX. La moderna Hô Chi Minh ha evolucionado, es una ciudad vividora y
hambrienta de futuro, y los viejos edificios coloniales que se conservan de la
época francesa tratan de sobrevivir entre los altos y modernos monstruos de
acero y vidrio nacidos del reciente boom
de la construcción. Desordenada y caótica, es una ciudad atractiva y dinámica
con estructuras importantes como el Palacio de la Reunificación (Dinh
THông Nhât), el mismo que fuera el Palacio del gobierno de Vietnam del Sur; el
ayuntamiento, el teatro municipal, la oficina postal, el banco estatal o el
tribunal popular municipal, sin olvidar, por supuesto, la vieja catedral de Nòtre
Dame y el Sacré Coeur.
Uno de los edificios más
antiguos es el Hotel Majestic, de estilo marcadamente francés. Durante la época
colonial el mismo edificio lo ocupó la Taverne Alsacienne. El Palacio de la
Ópera al final de la avenida Le Loi es otro de los puntos favoritos de los
visitantes foráneos.
Sigue siendo un lugar de
indispensable visita el Hotel Continental, donde acostumbraban a reunirse los
corresponsales de guerra extranjeros durante el conflicto bélico. Del mismo
modo, resulta también aconsejable deambular por la avenida Nguyen Hue,
calificada como los “Campos Elíseos de Saigón” y así palpar el ambiente en el
corazón de la ciudad.
Las calles abarrotadas
de bicicletas y motocicletas forman parte de su bullicioso encanto. Mención
especial merece la calle Dong Khoi (entre la catedral y el río), la antigua
calle Catinat, con sus aceras invadidas por vendedores callejeros y
restaurantes ambulantes con sus efluvios de especias y sopas.
Los hoteles de lujo y
los hombres de negocios que llegan de todo el mundo, están dando una nueva cara
a esta urbe que, no obstante, aún conserva el brillo de los tejados dorados de
sus pagodas y continúa fiel a su pasado misterioso y exótico.
Hô Chi Minh es también
una ciudad de museos y librerías, todos relativos a su historia ancestral y
reciente del país, entre los que destacan el Museo de la Revolución y el Museo
de los Crímenes de la Guerra,
así como el Museo municipal. Por otro lado, no resulta nada extraño que en sus
librerías abunden las biografías de Ho Chi Minh, fundador del Partido Comunista
vietnamita y líder en la lucha de liberación contra Francia y Estados Unidos,
aunque a decir verdad van ganando terreno, entre los jóvenes especialmente, los
manuales de informática, los textos para aprender inglés o como triunfar en los
negocios. Vienen proliferando también los periódicos y semanarios económicos.
La ciudad tiene, además,
centenares de cines y teatros, los cuales consiguen mantenerse solamente con la
venta de entradas y no requieren del subsidio oficial. Como curiosidad baste
con citar que existen más de dos millones de teléfonos fijos, mientras que los
teléfonos móviles superan ya la cifra de los siete millones.
Aseguran que Hô Chi Minh
es la ciudad con mayor número de pubs,
discotecas, karaokes y bares de todo
el país. Uno de los primeros pubs en
ponerse de moda entre los extranjeros fue el Apocalipse Now, uno de los más concurridos. A los viajeros que
gusten de disfrutar la noche, en la calle Dong Khoi y en los alrededores hay
varios cafés y se puede escuchar música. Si se prefiere un ambiente más
tranquilo, en la terraza del quinto piso del Hotel Rex es posible cenar algo
ligero o bien tomarse un zumo o un gran yogur. Muy popular entre la infinidad
de locales es la heladería Bach Dang.
Dominada por el increíble
estruendo callejero, la vieja Saigón no se entrega de inmediato, sino que es
preciso tomarse tiempo para ir descubriéndola y pasear sin prisa por sus
avenidas y bulevares rodeados de árboles. Sólo así, ella se mostrará tal y como
es, frenética, rebelde, comerciante y mercantil, meridional y tropical.
Los cambios se producen
con rapidez, pero la nueva Hô Chi Minh sigue manteniendo intacta su oscura
fascinación.
CHO LON : EL BARRIO CHINO
Cho Lon es la ciudad
gemela de Saigón, de la que no puede disociarse ni siquiera físicamente, ya que
las dos aglomeraciones urbanas se funden en una sola. Tras sufrir un cierto
periodo de ostracismo después de la reunificación, el llamado “gran mercado”
recuperó su función, siguiendo el ejemplo del teatro, dos lugares de los que
ninguna ciudad digna de este nombre podría prescindir. Pero de aquella Cho Lon
en cuyas pintorescas calles se sucedían sin interrupción burdeles y tiendas,
casas de té y garitos; de aquellos barrios donde resonaban músicas estridentes
y canciones de amor, donde se codeaban ricos y miserables, mujeres, infinidad de mujeres que trataban de cautivar
siempre con una sonrisa, una encantadora sonrisa que dejaba entrever cierta
ingenuidad y una enigmática dulzura, y
obesos vendedores de casi todo. ¿Qué queda de todo esto? Pues una intensa
actividad y los reflejos del oro de las joyerías. Cho Lon viene a desempeñar
con fuerza el importante papel que le ha estado siempre reservado: el papel de
vínculo con las redes comerciales de la diáspora china en el continente
asiático.
Este distrito, en
realidad una antigua comunidad china que la ciudad absorbió en 1932, es un
auténtico laberinto enloquecedor donde se mueven alrededor de dos millones de
chinos o descendientes de chinos, quienes abarrotan, por así decirlo, sus
estrechas callejuelas y sumen al viajero en un ambiente típicamente asiático. El
mundo del cine encontró en este escenario singular, el lugar idóneo para rodar
películas como El americano impasible
o donde El amante de Marguerite Duras
vivió su aventura amorosa.
Un paseo por este sin
par barrio chino, supone una puesta a punto para los sentidos y un buen
comienzo para atesorar recuerdos inolvidables. La mejor manera de recorrerlo es
perderse entre la multitud, visitar sus templos y deambular por sus multitudinarios
mercados, regateando en los cientos de puestos al aire libre. Y si se ama el
riesgo, nada mejor que alquilar una moto con chofer por tres dólares para
terminar comprando desde peces vivos, gallinas, arroz, televisores usados,
sedas… hasta una buena copia de un bolso de Vuitton a precios ridículos. Todo
el mundo está en la calle: vendiendo, comiendo, rezando, comprando… Siempre hay
multitudes por todas partes. Es el especial encanto de este hormiguero que
rezuma, pese a todo, un cierto romanticismo.
Cho Lon es como una
ciudad dentro de otra ciudad que, sin duda, provoca en quien trata de
descubrirla sentimientos opuestos, ahora bien, nunca deja indiferente. Puede
parecer una frase hecha, pero es una palpable realidad.
EXUBERANTE DELTA DEL MEKONG
Para huir del vértigo de
la gran ciudad y del hormiguero de la circulación, nada como escaparse a los
arrozales que la rodean, camino del delta del río Mekong. Una vez allí se oye
crecer el arroz, y los mansos búfalos pasean lentamente por el fango, mientras
las campesinas recoger la cosecha cubiertas con su non la, los tradicionales sombreros cónicos que las protegen del
sol y también de la lluvia.
Viajar en barcazas por
los canales del delta del Mekong es algo poco menos que obligado si se quiere
conocer realmente este rincón del sur de Vietnam. Cuando cae la lluvia fuerte y
la ropa se pega al cuerpo por la humedad y el calor, resulta fácil sentirse
protagonista y recordar las películas norteamericanas en las que los actores
llevaban sobre sus hombros pesadas mochilas y el tabaco sujeto en la goma del
casco, mientras cruzaban estos canales llenos de mosquitos y reptiles. Entonces
quizá llega a comprenderse en buena parte por qué los americanos perdieron la
guerra.
Navegar por el Mekong
supone una experiencia inolvidable. A un lado y al otro del ancho cauce del
río, la tupida maraña vegetal de la jungla oculta un mundo inabarcable e
infinito; un laberinto vivo y plagado de senderos y puentes que se pierden y
entrecruzan protegiendo del intruso esa vida que hierve en sus profundidades
verdes y sombrías. Un mundo fascinante y salvaje apenas entrevisto, que accede
a mostrarse natural y orgulloso a los ojos del sorprendido visitante.
Una canoa se acerca y el
viajero despierta de su sueño ¡tan sólo son turistas franceses recordando su
pasado colonial en Indochina! En la actualidad, el Mekong es un paraíso de
cultivo para miles de vietnamitas que, al igual que hace siglos, viven en casas
flotantes, barcazas oxidadas y canoas destartaladas. Aquí los niños juegan, las
madres cocinan y los hombres pescan y negocian sus mercancías. Este río que
recorre buena parte del país, esconde la riqueza de este Vietnam hermoso y
exuberante que atrapa.
Un recorrido por el
delta del Mekong puede durar unas horas o varios días. Ineludible, además de un
paseo en canoa por los diferentes canales, es visitar algunos mercados y varios
templos.
My Tho es uno de los
lugares más accesibles del delta. Aparte de recorrer sus canales, resulta
recomendable acercarse a la pagoda Vinh Tran y al serpentario local, donde
abundan las cobras y las serpientes pitón, y donde se elaboran medicinas
tradicionales. También es curiosa la isla de Fénix.
Vinh Long es un destino
muy aconsejable por su activo mercado y todo el paisaje que la circunda. Después
de visitar algunos huertos y talleres artesanales de papel de arroz, algunas
rutas acuáticas suelen terminar en el mercado flotante de Cai Be.
Chau Doc está próxima a
la frontera con Camboya y tiene una gran diversidad cultural: jemeres, chinos, cham… Su presencia se refleja en la
variedad de templos existente, incluidas las mezquitas y las curiosas cuevas
sagradas de la montaña Sam. Un gran atractivo de este lugar son las casas
flotantes.
Muy a pesar de las
cicatrices, posiblemente más profundas desde el punto de vista moral que desde
el físico, resultado de muchos años turbulentos, y a pesar también de una
superpoblación inquietante, la vieja Saigón, antiguamente conocida como el Petit Paris de l’Extreme Orient,, al
igual que todo Vietnam siguen ejerciendo una extraña seducción sobre los
visitantes ávidos, sin duda, por descubrir la belleza de estos lugares remotos
en los que mitos y leyendas se funden estrechamente con el paisaje.
(Ver amplia e interesante
colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)