S E Y C H E L L E S



UN PARAISO EN EL ÍNDICO



A miles de kilómetros del resto del mundo, donde los vientos duermen y el hechizo del mar en calma ofrece una sensual invitación a los buscadores de placer, las islas Seychelles, olvidadas en la inmensidad del cálido azul del Indico y como una auténtica explosión de la naturaleza, evocan mil fantasías de evasión y atraen con su magia indescriptible a los viajeros ávidos de relajación que pretenden gozar entre su belleza salvaje.
Ni siquiera la más desbordante imaginación sería capaz de reflejar tan insólita expresión de luz y color y, sin embargo, no se trata de ninguna ficción sino de una palpable realidad. Como arrancadas de un libro de fantásticas aventuras, todas y cada una de las islas de este archipiélago con sus especiales encantos, están ahí, existen y se muestran accesibles para quien, huyendo de la civilización, quiere transformar sus vacaciones en un sueño inolvidable.
En muchas ocasiones, a la hora de referirse a las Seychelles, se ha dicho que podrían ser los fragmentos de un continente desaparecido que quizás llegó a unir África con Asia en el periodo glacial. También se les adjudican infinidad de relatos y leyendas, pero lo cierto es que nadie conoce sus orígenes ni han podido descifrar los misteriosos arcanos que esconden muchos de los rincones de estas islas, acaso son el jardín del Edén, un paraíso en el éxtasis, un mundo sin prisas, sin multitudes, en plena libertad dentro de la propia naturaleza, o quizá un recóndito lugar del planeta que no tiene comparación posible y que ya de por sí merece todo los adjetivos superlativos por lo que a su exotismo se refiere.

UN FASCINANTE PAISAJE
El viajero que deja atrás su abigarrado entorno habitual, bien pronto se percata de la transformación que experimentará en lo sucesivo y ya desde el avión, antes de aterrizar, queda sugestionado por el notable contraste entre la blanca arena de las playas, el verde de la exuberante vegetación y los oscuros bloques graníticos cayendo sobre el mar teñido de un purísimo azul.


Cada isla tiene su paisaje, parecen iguales pero a la vez son distintas. Unas completamente llanas apenas si sobresalen del mar y se hallan rodeadas de amplísimas playas, mientras otras son más abruptas con pequeños valles que se extienden hasta el mar. De todas formas, sea cual sea su tamaño, en todas existe una vegetación virgen y están bañadas por aguas transparentes y cristalinas.
Pasar las vacaciones en las Seychelles es algo por completo diferente e inimaginable que ofrece al recién llegado las más variadas opciones de placer, tanto para quienes gustan de disfrutar en la playa, para lo cual disponen de enormes extensiones de doradas arenas que invitan después a zambullirse en las cálidas aguas del Indico y, además, sin ningún tipo de peligro, como para aquellos que sólo pretenden tomar el sol o simplemente descansar, dejándose tentar por la seductora sombra de un takamaka.
El clima es tropical pero suave, la temperatura rara vez resulta inferior a los 25º y habida cuenta de que el archipiélago se encuentra por debajo del cinturón de los ciclones, las tormentas y los vientos no son frecuentes. De noviembre a abril es el periodo más húmedo y caluroso, mientras que de mayo a octubre, se experimenta un ligero descenso de las temperaturas y la brisa algo más refrescante provoca un cambio sumamente agradable.
Y por si fuera poco, estas islas ofrecen una extraordinaria infraestructura hotelera a todos los niveles, amén de un amplio abanico de placeres gastronómicos muy capaces de satisfacer al más exigente gourmet y al margen de la buena cocina internacional, resulta obligado, por así decirlo, el degustar la exquisitez de los platos criollos.

M A H E
Es la mayor isla de todo el archipiélago (con cerca de 143 kilómetros cuadrados) y, por calificarla de alguna forma, la única que recuerda al visitante su civilización de procedencia, aunque afortunadamente el ritmo de actividad no se parece en nada al de las grandes urbes europeas o americanas. Ello tiene cierta explicación si se considera que en la misma es donde se encuentra la capital, Port Victoria.


El Morne Blanco de 2.700 metros de altitud, domina toda la isla, abrupta, maravillosamente verde, con infinidad de playas de auténtico ensueño y muy especialmente la de Beau Vallon, situada al oeste y de la que se ha llegado a decir que es una de las mejores del mundo.
Su principal riqueza es la copra que se extrae de las palmeras, sin por ello olvidar los cultivos refinados y aromáticos como los de la canela, vainilla, té, las hojas de pachuli, etc.
Aunque es el contacto directo con la naturaleza la auténtica razón de ser de un viaje hasta estas latitudes, resulta en extremo curioso e interesante darse un paseo por el corazón de Port Victoria para poder contemplar una réplica en miniatura del clásico big-ben londinense, la fuente presidida por una escultura de la Reina Victoria, quien dio precisamente el nombre a la población, o simplemente deambular por el vistoso mercado donde puede apreciarse el calidoscopio de colores de los pescados, verduras, frutas, especias y los siempre atractivos objetos de la artesanía local, así como la gran diversidad humana que aquí convive, sin duda, descendientes de antiguos colonos franceses, de sus esclavos negros, de los árabes que llegaron en oleadas a sus costas, de los indios siempre omnipresentes en todo el océano Indico e incluso de comerciantes chinos. Una gama heterogénea de etnias que induce a pensar que, el tipo seychellés es absolutamente indeterminado.
El Jardín Botánico, cuidado con meticuloso esmero, presenta la variedad más inaudita de la flora de este maravilloso rincón y, en lo concerniente a la fauna, no hay que perderse el ver a las tortugas gigantes, de las pocas especies que aún se conservan. Algunas galerías de arte, el Acuario y la Exposición Nacional de la Marina, entran también dentro del capítulo de lugares habituales de visita.
Después, lo más lógico y apetecible es contactar de inmediato con los vuelos que a diario salen hacia Praslin, Bird Island, Fregate, La Digue y Dennis, o bien hacerse con alguna embarcación para de esta forma ir conociendo el resto de este auténtico lugar de privilegio al que, hasta 1971, sólo podía accederse en barco y tras una veintena de días de navegación desde el continente europeo y a través del canal de Suez.
En Mahé, el visitante puede encontrar sin problema todo lo necesario para la práctica de los deportes acuáticos (esquí acuático, wind-surfing, etc.). Las condiciones para practicar submarinismo son ideales, además el fondo marino ofrece infinidad de posibilidades, incluso se puede alquilar una cámara submarina. No obstante, hay que tener en cuenta que la pesca está prohibida al existir rigurosas leyes sobre la conservación que protegen la vida salvaje en el mar.
Gran parte de la belleza de las islas Seychelles reside precisamente en su fauna salvaje. Han permanecido vírgenes durante siglos y son santuarios de multitud de bellísimas plantas y pájaros exóticos.

La vida nocturna en Mahé es sencilla y carece de sofisticación. En muchos hoteles hay excelentes barbacoas, bailes y espectáculos de danza y típica música Kamtole.

UNA MARAVILLA NATURAL
A sólo quince minutos de vuelo desde Mahé en una pequeña avioneta, o bien efectuando una relajante travesía en velero que puede costar alrededor de dos horas, ésta sin duda más recomendable, se llega a la sugestiva isla de Praslin, menos agreste y salvaje pero mágica como ninguna otra y con una belleza realmente singular.
Es aquí donde crece el famoso "coco de mar", único en el mundo, de grandes dimensiones (puede pesar hasta 50 kilos) y como fruto de antiquísimas palmeras. El “coco de mar” fue conocido en el mundo árabe desde la antigüedad. La carne blanca e insípida que contiene la nuez del coco, fue considerado como afrodisíaco en épocas pasadas, llegando a originar un comercio muy provechoso.
Praslin, considerada como el lugar bíblico del paraíso terrenal, precisa recorrerse con detenimiento, máxime considerando que, a través del Parque Natural del valle de Mai, entre cascadas, pequeños riachuelos y exuberante vegetación, vive la más amplia y exótica variedad de fauna (especialmente aves), desde el papagayo negro hasta el caracol amarillo que se alimenta tan sólo del polen de las flores.
De hecho, en ésta y muchas otras islas vecinas, anidan especies de pájaros terrestres totalmente autóctonos y desconocidos en el resto del mundo.
Destaca en la isla la amabilidad de sus gentes, que acostumbran a vivir en rústicas chozas de paja, y también ¡cómo no! sus bellas y solitarias playas.
Al contrario que el principal grupo de islas, que son graníticas, la de Bird Island es de coral y como su propio nombre indica es “la isla de los pájaros”. Un santuario donde anidan las más llamativas especies en según qué épocas del año, siendo conocida asimismo por la enorme cantidad de crustáceos que en ella se encuentran. Pese a su remota situación (es la que está situada más al norte de todas las islas), pueden llegar a establecerse en ella alrededor de una treintena de visitantes en confortables bungalows.
La Digue, significa un verdadero remanso de tranquilidad. Situada a dos horas y media en barco desde Mahé, es minúscula (apenas tiene 6 kilómetros), pero dispone de muy confortables alojamientos en la playa y su cocina criolla es muy apreciada.
En los bosques de La Digue hay los escasos pájaros black paradise Flycatcher, que solamente existen en esta isla.
Se puede recorrer la isla andando, en bicicleta, o en los típicos carros de bueyes.
Sin lugar a ningún género de dudas, Denis Island merece un especial punto y aparte. Ubicada en un extremo del archipiélago, es un banco de coral y está a una veintena de minutos en avión desde Mahé.
De rica vegetación, sus playas resultan incomparables e incluso puede pernoctarse en ella ya que se han instalado una serie de excelentes chalets.
Silhouette Island es la tercera en extensión de las Seychelles y quizá una de las más atractivas del grupo granítico. Se encuentra a dos horas en barco desde Mahé y a una hora desde su playa de Beau Vallon.
El que llega a Silhouette tiene la impresión de estar en otro siglo, por el sosiego y sencillez de esta isla, que puede recorrerse andando mientras se bordea su costa, disfrutando a la vez de sus solitarias playas rodeadas de vegetación. Todavía existe la original casa de plantación construida hace cerca de doscientos años, y es uno de los más bellos ejemplos de las casas de madera de las Seychelles.
En esta isla se puede gozar también de su gastronomía criolla.
Aride Island, rodeada de arrecifes de coral, se encuentra a dos horas en barco desde Mahé. Es la que está más al norte del grupo de islas graníticas.
En 1973 Mr. Christopher Cadbury compró la isla para la Sociedad de Promoción de Reservas Naturales, dado que en ella viven amplias concentraciones de pájaros. Además, los pequeños reptiles son inofensivos y de gran interés científico.
El mayor encanto de Therese Island es que da cobijo a una pequeña colonia de tortugas gigantes, las conocidas como “esmeralda”.
No obstante, estas simpáticas “esmeralda” también suelen habitar en las demás islas del archipiélago. Se las encuentra paseándose en completa libertad por las playas o incluso entre los jardines de algunos bungalows. Se trata de la especie de tortuga más vieja del mundo
Un almuerzo criollo servido en una larga y tranquila playa, bajo una galería empajada, resulta una auténtica delicia para el viajero.
Por lo que respecta a Cousin Island cabe decir que su visita es poco menos que un deber para todo ornitológico. Está a una hora y media en barco desde Mahé y a poco más de media hora desde Praslin. Es un refugio oficial de pájaros y sólo puede ser visitada algunos días a la semana.
Fregate, Ste. Anne, Cerf, Round y un larguísimo etcétera, componen este mundo infinitamente multicolor y en verdad asombroso de las islas Seychelles. Lo cierto es que, al respecto y aún hoy, los geógrafos no se han puesto de acuerdo a la hora de determinar el número de diminutas islas que salpican este incomparable rincón del Índico.
Las míticas y legendarias Seychelles, vírgenes durante siglos y que el turismo masivo aún no ha explotado, intactas y fascinantes, superan sobradamente con su belleza natural todo lo imaginable y lejos de la civilización, siguen siendo un paraíso desconocido.

(Ver interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)