BAJO LA SOMBRA DE BUDA
POLONNARUWA
Polonnaruwa es un punto
culminante del viaje a Sri Lanka.
Más allá de la
espectacular roca-fortaleza de Sigiriya, hacia el Este, se llega a Polonnaruwa,
la cual permaneció oculta durante siglos entre la exuberante jungla.
Segunda capital de los
antiguos reyes de Ceylán, sucedió a Anuradhapura como sede del poder cuando
ésta última sufrió una de las peores invasiones de la India a principios del
siglo XI d.C. En su tiempo, la ciudad estaba protegida por tres muros
concéntricos, embellecidos con parques y jardines, contando con numerosos
santuarios y otros lugares santos. La ciudad propiamente dicha, así como sus
campos circundantes, estaban dotados de un sofisticado sistema de regadío conocido
como Parakrama Samudra, derivación
del nombre del mar de Parakrama.
Abandonada en el siglo
XVI, fue descubierta su existencia tres siglos después. Un funcionario inglés
dio con ella durante una partida de caza y quedó fascinado por el aspecto artístico
de aquella civilización para él desconocida.
Mientras que Anuradhapura
evoca la austeridad del primer budismo cingalés, el emplazamiento de
Polonnaruwa ofrece una magnífica visión de la escultura y la arquitectura
medievales.
El conjunto monumental de
Gal Vihara. La escultura yacente del paranirvana
(nirvana completo) de Buda y la figura tallada en roca de Ananda, de pie, junto
a la cabeza de su maestro, son una auténtica joya en la arquitectura oriental,
una obra sorprendente de la iconografía budista. Los monjes se postran ante
ella con veneración, como si consideraran haber llegado al final de su viaje
espiritual
La visión de esta
maravilla arquitectónica resulta espectacular, casi sobrecogedora, y el
silencio reinante infunde profundo respeto. Ahí permanece desde hace siglos la
imagen de Buda en meditación, junto a la otra inmensa figura de su discípulo
Ananda, con aire noble y en expresión de recogimiento, con aspecto de primitiva
grandeza y los brazos cruzados sobre el pecho.
Referente al Buda yacente,
casi lo de menos es su excepcional magnitud, lo que realmente impresiona de la
imagen es la expresión de infinita paz que exhala el bienaventurado en el
momento de iniciar su postrer viaje, camino del nirvana. Tiene un brazo a lo largo del cuerpo y otro bajo su cabeza
que se apoya en una almohada cilíndrica con hermoso trabajo de cincel traducido
en loto. Esta flor se repite en un afiligranado trabajo realizado en las
plantas de ambos pies, los cuales representan la doble naturaleza del hombre,
las raíces que se sumergen en el limo de la tierra y las flores con toda su
pureza que tienden hacia el cielo.
Al atardecer, cuando el
sol declina sus últimos rayos tras la piedra esculpida, el ambiente místico que
rodea Gal Vihara envuelve y sobrecoge al más incrédulo.
Al templo rupestre de Gal
Vihara acuden infinidad de devotos budistas, seguidores que intentan liberar
como el príncipe Sidartha, su propio Buda, no en balde este conjunto monumental
tiene un fuerte poder de atracción y convocatoria mística, tratándose, sin
duda, de un lugar de peregrinación.
No es fácil transmitir la
atmósfera tan especial que le circunda, la serena y somnolienta calma en medio
de un profundo recogimiento, así como sumergirse en los rezos y la meditación,
a la búsqueda de las áreas más profundas de uno mismo, del auténtico despertar.
Igualmente impresionantes
son los monumentos de principios del siglo XIII. La estupa piramidal (Sat Mahal
Pasadal) y las ondeantes columnas en forma de tallo de loto del Nissanka Lata
Mandapaya. Antes hay que pasear por el antiguo palacio de Parakrama, del que se
dice tuvo más de siete pisos y un millar de estancias lujosamente decoradas y
amuebladas.
Rincones que atrapan,
escenas, paisajes y gentes que se quedan prendidos en la memoria. Los restos de
Polonnaruwa son del tipo de monumentos que emocionan y empequeñecen a la vez al
ser humano que se confronta con la genial creatividad de sus antepasados. De
hecho, en Polonnaruwa reina la desmesura, tanto en las obras que se deben a la
mano del hombre como de la propia naturaleza. Si las estatuas y los templos
budistas son suntuosos y de dimensiones colosales, la jungla, omnipresente y
misteriosa, no deja de amenazar con sus atractivos y peligros el esplendor de
esta antigua capital.
Polonnaruwa fue declarada
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1982.
LOS
TEMPLOS DE DAMBULLA
En la actualidad es una
pequeña ciudad situada en el centro de la isla, a poca distancia de
Polonnaruwa.
El rey Vattagamini Abhaya
encontró protección en las cuevas próximas, cuando tuvo que abandonar la ciudad
de Anuradhapura huyendo de la invasión tamil en el año 102 a.C. Pasó catorce años
escondido, siendo protegido por unos monjes que vivían en estas cuevas. Se
asegura que existían hasta unos 80 templos en su interior, de los cuales cinco
son llamados “grandes templos” o “templos dorados” y hoy pertenecen a los
lugares de recogimiento más venerados en el país.
Las cuevas de Dambulla se
encuentran directamente frente a las puertas de la ciudad. El primero de los
templos en la roca impresiona con su gigantesca estatua de Buda acostado que
muestra la iluminación de quien ya accedió al nirvana, con su discípulo Ananda,
a los pies. Esta cueva fue esculpida en la roca y sólo queda iluminada por
velas. Los peregrinos vienen hasta aquí, prenden incienso y dejan flores de
loto de papel en los brazos de Buda.
El segundo templo es el
más grande de los cinco y está completamente ornamentado con estatuas y frescos
en el techo que muestran escenas de la vida de Buda. Aquí también hay representaciones
de deidades hinduistas. En la roca hay una pequeña cavidad de la que
constantemente gotea agua, que se recoge en un cuenco para fines rituales.
En la tercera bóveda de
las cuevas se encuentran estatuas de Buda de mármol o maderas nobles que fueron
donadas con posterioridad.
En el cuarto templo puede
admirarse un dagoba, un modelo del
mundo según la visión budista.
La quinta cueva alberga
nuevamente un Buda yacente, rodeado de otros diez iluminados.
Los templos de Dambulla
son un lugar maravilloso de cuyo atractivo resulta imposible zafarse.
LA
COSTA OCCIDENTAL
Sri Lanka es un país a
descubrir, redescubrir y luego saborear personalmente. Inclusive el hecho de
que tiene playas mucho mejores que las de otros destinos de gran renombre,
supone para el viajero un inesperado descubrimiento de entre sus múltiples
encantos. Playas de doradas arenas entre palmeras, aguas tan resplandecientes
como los afamados zafiros azules; bahías, calas y jardines de coral; pequeños
islotes frente a las costas; una cornucopia de maravillosos paisajes marítimos
y resguardadas instalaciones hoteleras que lindan con las arenas para propiciar
un inmediato acceso al mar. Lugares exóticos en los que, además, ir de compras
no es ningún problema, más bien una auténtica delicia.
Negombo (al norte de
Colombo y a sólo nueve kilómetros del aeropuerto de Katunayake) es un típico
pueblo de pescadores en la Costa
Occidental. Semiescondido entre cocoteros, el lugar rezuma el auténtico
espíritu del mar. Su profusión de iglesias resultan testigo del arraigo del
catolicismo de este idílico rincón, legado de la dominación portuguesa. Y el
canal que lo atraviesa, con sus embarcaciones a remo, es una herencia del paso
de los holandeses. Más allá, una pictórica laguna se vuelve paradisíaca con la
puesta de sol.
Negombo es el sueño
convertido en realidad del buen aficionado a la fotografía. Por todas partes se
localizan imágenes de auténtico ensueño. También es enclave de cita del buen
gourmet, no en balde con sus ancestrales embarcaciones, los pescadores traen a
puerto una gran variedad de manjares: seer,
skipjack, amberjack, arenques, salmonetes, gambas y bremas de mar. Abunda el marisco y, sin duda, recordará el viajero
durante mucho tiempo la langosta a la mayonesa y las gambas al curry.
A destacar también las
bellas playas de Hendala y Waikkal.
Al sur de Colombo, Mount
Lavinia (distrito residencial de la capital) tiene una de las playas más
renombradas del océano Índico, refrescada por los suaves vientos. Los marineros
holandeses del siglo XVI ya destacaron sus arenas suaves y sus olas, las más
tranquilas y cristalinas.
Beruwala. A menos de una
hora de camino más al sur, se encuentran 130 kilómetros de
playa donde el turismo ha experimentado un notable auge en los últimos años.
Aquí todo entra en armonía: la carretera que antes dejaba que la vía férrea
monopolizara la vista al mar, se esfuerza por acariciar la costa. El paisaje se
torna más pintoresco, aparecen los cocoteros y en todo lo alto, los hombres que
trabajan para recoger el toddy del
que se prepara el licor de coco.
Siguiendo adelante,
camino de Tangalle, las instalaciones hoteleras salpican la costa hasta el
extremo sur de la isla. Las tranquilas y cálidas aguas se visten del azul más
resplandeciente e invitan a bañarse en ellas hasta contemplar como se oculta el
sol sobre el horizonte en todo su esplendor.
A cuatro kilómetros de
Beruwala, se entra en la zona turística de Bentota, una romántica confluencia
de río y mar, con un complejo de hoteles, estación de ferrocarril, cafés, incluso
un teatro al aire libre en el que se ofrecen representaciones de folklore y
danza, todo ello rodeado de palmeras.
En Ambalangoda se entra
en la cuna de los llamados “bailes del diablo” y de las máscaras. Y en
Hikkaduwa se pueden contemplar las maravillas del mundo subacuático. Es aquí
donde se encuentran los famosos jardines de coral. Resulta fantástico explorar
las mil y una fantasías submarinas.
A sólo unos kilómetros, el
importante pueblo sureño de Galle guarda todavía el encanto del viejo mundo y tiene
su propia fascinación. Se cree que fue el Tarshish
de los enclaves bíblicos, y su bahía natural fue antaño un conocido puerto. Los
portugueses desembarcaron en la isla en 1505, estableciendo la factoría
comercial en Galle y construyendo el fortín de Santa Cruz. En 1625, ante el
peligro holandés, agregaron tres bastiones a su muralla, no obstante, las
tropas holandesas terminaron por apoderarse de la guarnición, transformando el
lugar en una gran fortaleza asomada al océano Índico. Durante el siglo XVIII,
Galle vivió sin sobresaltos y bajo tutela británica a partir de 1796 continuó
hasta 1948. En la pintoresca fortaleza, con su impresionante portal, y en todos
los monumentos, incluyendo la iglesia, todavía quedan aires de la vieja Holanda
marinera.
El siguiente pueblo es
Weligama, con su preciosa bahía y el islote donde el Conde de Mauny mandó
construir la casa de sus sueños, siendo propiedad posteriormente de un
novelista americano y un editor irlandés. Un recóndito lugar donde los
pescadores subidos sobre grandes zancos capturan la pesca de forma tan original
como efectiva.
En Dondra Head, el
extremo más sureño de Sri Lanka, el viajero se encuentra frente al Polo Sur,
del que tan sólo le separa el inmenso océano Índico.
LA
COSTA ORIENTAL
La península de Jaffna,
en el norte de la isla, es de una belleza austera que contraste radicalmente
con el resto del país. Sus playas vírgenes, sus costas de coral, islotes y el
modo diferenciado de vida en esta península puede resultar una experiencia
enigmática al viajero individual. No hay que perderse las dunas de Manalkadu,
un pequeño desierto cuyo desolado paisaje hace vibrar el corazón.
Si Sri Lanka es el
encanto del tesoro, los amantes de la playa también pueden descubrirlo en
abundancia en la Costa Oriental.
Tendrán que vivirlo para comprobar cuán diferente es. Mientras que en las
costas de Occidente y Sur, los meses más propicios son de octubre a marzo, aquí
la mejor temporada es de abril a octubre.
Bañada de un sol
brillante durante casi todo el año, la Costa Oriental está esculpida
de un centenar de playas impecables, como las de Nilaveli, Uppuveli,
Kuchchaveli (en el norte cerca de Trincomalee) hasta Kalkudah y Passekudah, en
la bahía de Arugam, al sur. Las olas son suavísimas y hay playas desde las que
se puede caminar hasta dos kilómetros mar adentro.
Situada al noreste de la
isla, Trincomalee es un antiguo puerto marítimo, dispone de una bahía natural
de entre las mejores y más grandes del mundo. En sus excelentes calas, como
Marble Bay, Sweat Bay y Deadman’s Cove se han desarrollado importantes
proyectos turísticos, mientras que Nilaveli y Uppuveli son enclaves de gran
atracción para los visitantes desde hace décadas. La isla de Polama (Pidgeon
Island), frente a la playa de Nilaveli, es un lugar muy popular entre los
excursionistas por realizar aquí sus picnics.
La zona turística de
Kalkudah-Pasekudah es otro lugar de vacaciones con modernas instalaciones
hoteleras y grandes alternativas de alojamiento. Batticaloa, a unos pocos
kilómetros más al sur, cuenta con una idílica y extensa laguna repleta
curiosamente de peces que “cantan”, especialmente en las noches de luna llena.
En tanto que la Costa Oriental ofrece infinitas
posibilidades para toda clase de deportes acuáticos y fotografía submarina,
tiene un atractivo adicional: los innumerables naufragios que antaño tuvieron
lugar junto a sus costas, los cuales desafían al experto buceador que quiere
explorar en sus aguas.
Lo realmente cierto es
que el sol y el encanto seguirán por doquier al viajero que atraviesa Sri Lanka
de norte a sur.
OTROS
LUGARES DE INTERÉS
A un centenar de
kilómetros al sureste de Colombo, la ciudad de Ratnapura entremezcla desde hace
siglos su historia con infinidad de mitos y leyendas sobre las piedras
preciosas. Aseguran que el propio Marco Polo se quedó fascinado al verlas.
Incluso mucho tiempo antes, de Ratnapura salieron los rubíes que Salomón le
obsequió a la reina de Saba. Un zafiro azul espectacular es el Blue Belle de 400 quilates que adorna la
corona del Reino Unido.
En la actualidad los
rubíes son raros de encontrar en la isla, pero entre las piedras preciosas
existen zafiros azules, amarillos, rosas, blancos, dorados, zafiros de agua,
topacios, piedras de luna, turmalinas, circonitas, aguamarinas y hasta un total
de veinticinco variedades de gemas se extraen de los ríos y los pozos mineros
de Ratnapura.
Una auténtica maravilla
que el visitante puede contemplar. Ahora bien, debe desconfiar de todo lo que
le ofrezcan de forma ambulante en las calles.
A las afueras de la ciudad,
en la carretera de Getangama, a orillas del río Kalu Ganga, están algunos de
los pozos donde se extraen las gemas y puede contemplarse (incluso es posible
que algún obrero le regale alguna pieza como recuerdo). Las tiendas que existen
en Batugadara, antes de llegar a Ratnapura, ofrecen la mejor calidad y los
mejores precios.
Otro enclave que merece
la atención del viajero es el llamado Adam’s Peak, la gran montaña sagrada. A
partir de Dalhousie (en el distrito de Nuwara Eliya) se realiza la gran
caminata que realizan muchos peregrinos, la cual termina a 2.224 metros de
altitud, donde se venera la gran huella del pie que diversos cultos y
religiones atribuyen a sus propias divinidades: Adán para los musulmanes; Buda
para los devotos cingaleses; Shiva para los hindúes o incluso Santo Tomás para
los cristianos. Aseguran que es un lugar impregnado de energía, casi tanta como
las increíbles que se cuentan sobre el mismo. Sri Pada o lo que es igual Adam’s
Peak, reúne todo el año a miles de visitantes.
Durante siglos y merced a
la influencia del budismo, existe en Sri Lanka una acendrada tradición de
salvaguarda de la naturaleza. De ahí que, a pesar de las dimensiones
geográficas de la isla, existan un buen número de Parques Nacionales, Reservas
y jardines botánicos. Cerca del 14% del territorio (un porcentaje elevado en
comparación con otras regiones de Asia) está protegido.
El Parque Nacional de
Yala, al sureste del país, es el más importante y también el más visitado. Los
elefantes son su mayor atracción, dado que se les puede observar en manadas con
cierta facilidad. Ciervos, monos, búfalos, jabalíes, serpientes pitón y
colonias de cocodrilos tienen su hábitat en este parque, incluyendo al
leopardo. Se calcula que en la jungla de Yala existe la mayor densidad de
leopardo en el mundo. Además de aves de diferentes especies.
Este parque se vio
afectado por el tsunami del año 2004 en el océano Índico, cuyo impacto causó la
muerte de 250 personas en la zona.
Otro de los parques más
interesantes es el de las Llanuras de Horton, un área protegida de las mesetas
centrales de Sri Lanka cubierta por pastizales de montaña y bosque nuboso. Se
encuentra a una altitud de entre 2.100 y 2.300 metros. Muchas especies que se
encuentran aquí son endémicas de la región.
Dos enclaves de especial
observación dentro de este parque son: el gran precipicio del World’s End (Fin
del Mundo) y las bellas cataratas Baker. Un paisaje tan encantador como
maravilloso.
Otros Parques Nacionales
son el Maduru Oya, Gal Oya, Victoria, Uda Walawe y el de Wilpattu, además de
los jardines botánicos de Paradeniya y Henaratanagoda y curiosamente el
Pinnawela Elephant Orphanage, una reserva para cuidar a los ejemplares que se
han quedado huérfanos.
DEL
TÉ A LAS ESPECIAS
Originariamente
procedente de la India y China, según se cree, la planta del té fue introducida
en el resto de Asia y África por las potencias coloniales. Una plaga destruyó
completamente las plantaciones de café, siendo entonces cuando, algún tiempo
después, hizo su aparición el millonario escocés Thomas Lipton, quien decidió
comprar tierras en Ceylán. Sembró con gran productividad té en la isla,
utilizando al principio semillas procedentes de China, pero más tarde se
emplearon las semillas de la planta de Assam (India). Organizó una exitosa
campaña publicitaria sobre el té, siendo su eslogan: “¡De la plantación a su
mesa sin intermediario!”. El éxito fue rotundo.
En muy poco tiempo, la
antigua Ceylán se convirtió en uno de los mayores productores del mundo y en la
actualidad sigue conservando un extraordinario prestigio.
La maduración, la sazón y
la forma de las hojas influyen de una forma determinante en la calidad del té.
En Sri Lanka se produce especialmente té negro, que se distingue por su color
ambarino y un sabor untuoso y fragante. Cualidades que constituyen, sin duda,
el secreto de su aroma inimitable. Casi una tercera parte del territorio
cingalés es tierra cultivada, de la que el 12% está dedicada al té, que supone
una de las principales exportaciones del país.
Las mejores plantaciones
se encuentran en la región de las highlands
o tierras altas, comprendida entre las ciudades de Kandy, Nuwara Eliya y
Colombo.Y las mejores calidades, todas ellas reconocidas internacionalmente,
provienen de las plantaciones de la provincia de Uva, que produce un té
fragante y de intenso sabor; Dimbula, con su té ligero, pero aromático, y
finalmente Nuwara Eliya, célebre por el llamado “champagne” de gran valor
Recorrer los itinerarios
del té en éste país supone una gran experiencia. El paisaje que se ofrece a los
ojos del viajero es realmente maravilloso.
Por lo que respecta a las
especias, éstas juegan también un papel preponderante en la vida de los
cingaleses, no en balde Sri Lanka constituye un auténtico reino. Desde la
canela al jengibre, pasando por la cúrcuma, el azafrán, la mostaza, menta,
cardamomo, las semillas de hinojo, el cilantro, tamarindo, clavo o la pimienta
negra, son auténticas riquezas, quizá no tan valiosas como los zafiros o
rubíes, pero que igualmente suponen unos recursos económicos importantes para
el país, dada sus cifras de exportaciones a Occidente.
En la región de Matale,
al norte de Kandy, hay muchos jardines de especias y algunos de ellos pueden
visitarse.
Navegantes, mercaderes y
viajeros de medio mundo, llegaron a confrontaciones sangrientas en el pasado
para obtener estas riquezas que en la actualidad, no sólo se utilizan en
gastronomía (y la mezcla de varias especias en el popularmente llamado curry indio), sino que su utilización se
amplía a los masajes relajantes, infusiones, esencias, jabones y un sinfín de
medicamentos.
Ciudades sagradas,
frondosas selvas donde habita la más amplia variedad de fauna salvaje, playas
prácticamente vírgenes, grandes templos, multicolores fiestas, la placidez y
simplicidad de la vida cotidiana de sus habitantes… y todo ello bajo la
omnipresente sombra de Buda. Argumentos que, por sí solos, despiertan en quien
lo vive sensaciones desconocidas, provocando recuerdos muy difíciles de
olvidar.
(Ver interesante colección gráfica de
este reportaje en GALERIA DE FOTOS)