SRI LANKA



UN PARAÍSO EN EL OCÉANO ÍNDICO 

 (1ª Parte)



Siglos antes de nuestra Era, la antigua Ceylán ya era un país poseedor de una estable civilización. Ciudades, palacios, templos, parques, monasterios, infinidad de monumentos y obras de arte dan testimonio del carácter, imaginación, cultura, filosofía y fe de un pueblo orgulloso: el cingalés, la llamada “raza del león”.
Todavía perduran vestigios de aquella antigua civilización y es posible visitarlos, viajando desde Colombo a través de verdes campos y arrozales en flor, bordeados de cocoteros, y adentrándose en la exuberante jungla donde habitan elefantes, leopardos y toda la fauna salvaje en completa libertad.
Tantos atractivos y riquezas no podían sino tentar la codicia de quienes hasta la isla llegaban buscando tesoros, especias, té o simplemente la posesión de este lugar paradisíaco. Fantasía y realidad fueron el cimiento de esta tierra en la que no vivían seres humanos, sino espíritus y nagas con los que comerciaban los antiguos navegantes, según relataban algunos viajeros.
En la actualidad no se ha eclipsado esa misteriosa atmósfera. En cualquier lugar de la isla, cuya población es de una extrema religiosidad, el mundo de los espíritus sigue vivo y presente como los elefantes que surgen por todas partes.
El viajero ya suele experimentar su atracción antes de aterrizar, cuando aproximándose a la isla descubre lo que aparenta ser un pendiente colgado del subcontinente indio. Es una tierra diferente, el Ceylán de la antigüedad, la que griegos y romanos denominaban Taprobane y los árabes Serendib, que significa “la facultad de sorprender con un tesoro”.
Esta capacidad de sorprender que suele dar fama a la actual Sri Lanka, queda contenida en alrededor de 70.000 kilómetros cuadrados de una tierra rodeada por más de 1.600 kilómetros de encantadoras playas.
Sri Lanka es una isla tradicionalmente conocida por múltiples encantos. La espectacular belleza de sus paisajes, sus gemas, sus especias, sus plantaciones de té y por el calor y amabilidad de sus gentes. Es una tierra en la que la historia documental cubre un periodo de veinticinco siglos y cuya prehistoria se remonta a la epopeya del Ramayana. Fue la Lanka del fabuloso rey Ravana, el de las diez cabezas, quien secuestró a la bella princesa india Sita en su carro volador… muchísimo antes de que las modernas líneas aéreas comenzaran a hacer escala en este enclave del Índico.
En la actualidad es un país con alrededor de veinte millones de habitantes, situado en la ruta de Occidente a Oriente y cómodamente accesible desde cualquier punto del globo terráqueo.
Los cingaleses provenían originariamente del norte de la India y colonizaron Ceylán hace unos 2.500 años sin temor a los Vedas, aunque les considerasen yakka (demonios) o naga (serpientes).
A lo largo de los siglos, se dividieron en dos grupos: los pueblos de la llanura y los de las montañas del reino de Kandy. En total, los cingaleses ascienden a unos doce millones y representan el 70% de la población. La mayor parte son budistas de la secta hinayana, y el resto musulmanes y cristianos. Los musulmanes constituyen un 6% de la población y son descendientes de los árabes que dominaron el comercio de especias en el siglo VIII, hasta la llegada de los portugueses en el siglo XVI. Todos hablan cingalés, idioma indoeuropeo derivado del sánscrito, es la lengua oficial tras desplazar al inglés.
Por su parte, los tamiles forman el segundo grupo más importante de Sri Lanka y ascienden a más de dos millones. Resulta difícil distinguirlos de los cingaleses, aunque su piel es algo más oscura. Culturalmente es fácil diferenciarlos ya que son en su mayoría hindúes. Hablan una lengua perteneciente al grupo dravídico, cuyos caracteres difieren de forma notable del idioma cingalés.

COLOMBO
A la antigua Kaolampu, cuyo nombre en cingalés significa “la hoja del mango”, se llegaba por mar, empujados por el monzón del suroeste; así fue como, al filo de la Edad Media, empezaron a desembarcar los primeros extranjeros. En 1295 fue Marco Polo quien en su viaje de regreso a Venecia procedente de la China, ya dijo de ella que era la isla más bella del mundo. Años más tarde llegó Fa-Hsien, un noble chino que describió con amplitud las riquezas del lugar y luego el mercader árabe Ibn Batuta quien decidió quedarse a vivir unos años. Con el transcurso del tiempo, su riqueza en té, especias y piedras preciosas despertó la codicia de una pléyade de aventureros, piratas malayos, los tamiles indios y, por supuesto, los imperios coloniales, en unas épocas en las que viaje y comercio eran sinónimos de aventura.
Situada en la costa occidental, Colombo es la ciudad más populosa de la isla y su capital comercial. Es una ciudad llena de vida con una mezcla de arquitectura moderna, edificios coloniales, ruinas y una población de más de 700.000 habitantes.
Debido al gran puerto natural y su posición estratégica sobre las rutas comerciales marinas que unen el Este y el Oeste, hace más de dos mil años que los comerciantes conocen su existencia. Sin embargo, no fue designada capital de la isla de Sri Lanka, hasta que ésta fue cedida en 1815 al Imperio británico, y mantuvo su condición de capital cuando en 1948 la nación se independizó.
En pleno centro de la ciudad se encuentra el lago Beira al que rodean los mejores hoteles y, desde este punto, bordeando el lago se puede deambular sin prisa por Galle Face, el paseo marítimo, donde es factible contemplar atardeceres inolvidables. En los alrededores de Lighthouse Clock se sitúa la zona más comercial y colonial conocida como el “distrito del fuerte” porque funcionaba como ciudadela durante la ocupación portuguesa y holandesa. En esta zona se ubican las oficinas gubernamentales.
Uno de los puntos que siempre captan mayor atención es Petah, donde están los multicolores bazares, lugar de culto para los aficionados al shopping.
Mezquitas, iglesias católicas, templos budistas y santuarios hindúes evocan a cada paso las sucesivas invasiones que, desde tiempos inmemoriales, ha soportado Sri Lanka, la denominada “isla de los placeres”. Indiferentes al cansancio y amparados sólo en la fe que les mueve, legiones de peregrinos acuden a diario a los lugares sagrados. Hay que considerar que la isla es devocional por excelencia.
El festival más tradicional y vistoso de Colombo es la celebración del nacimiento y muerte de Buda. En cingalés esto se conoce como el Vesak. Durante este festival, gran parte de la ciudad es decorada con faroles, luces y pantallas especiales de luz. El festival se realiza a mediados del mes de mayo y dura una semana. A lo largo de la fiesta, la gente distribuye arroz, bebidas y otros alimentos de forma gratuita en lugares designados como Dunsal que significa caridad. Estos Dunsal son populares entre los visitantes de los suburbios.
La herencia colonial de Colombo es visible por toda la ciudad, no en balde a lo largo de los siglos por ella pasaron portugueses, holandeses y británicos.
A decir verdad, Colombo no es una ciudad artística, más bien un lugar de paso hacia el interior de la isla, donde se ubican las ciudades legendarias e interesantes o bien para seguir la ruta de la costa y así encontrar sus deliciosas playas, otro de los puntos de interés del país.

ANURADHAPURA : LA CIUDAD SAGRADA
A unos 205 kilómetros al norte de Colombo se encuentra Anuradhapura, primera capital del país, fundada en el siglo IV a.C. y se mantuvo como tal hasta finales del siglo X. En el año 993 los tamiles conquistaron Anuradhapura y expulsaron a sus habitantes. Después, cayó en el más absoluto olvido. Una ciudad sagrada que la selva ha intentado sepultar repetidas veces, un gran centro de peregrinaje y lugar donde, según se cree, se halla el árbol más antiguo del mundo.
Hace escasamente un centenar de años se despejaron grandes áreas de la ciudad y en la actualidad vuelve a ser venerada por los budistas.
Anuradhapura es uno de los más vastos lugares arqueológicos “vivientes”, es decir en activo, de todo el planeta. Fue el príncipe Mahendra, uno de los hijos del rey indio Ashoka, quien trajo el budismo a la isla en el año 250 a.C. Según la leyenda, al mismo tiempo, la princesa india Sanghamitta, también hija de Ashoka y amante de la paz, trajo a esta ciudad un brote del árbol bodhi, el mismo donde Buda había experimentado el despertar; desde esa época, el árbol crece y se le considera uno de los más antiguos del mundo.
El enclave más sagrado y objeto de peregrinación es el Sri Maha Bodhi, el gran árbol bodhi, que se encuentra en este lugar desde hace más de dos mil años y es cuidado y protegido con extrema diligencia. Muy cerca del árbol pueden admirarse impresionantes estupas y templos, además de monasterios en los que jóvenes monjes se preparan para su servicio religioso.
El Ruvanvelisaya Dagoba es uno de los templos budistas más antiguos de Sri Lanka y un santuario impresionante. Las cabezas de elefante esculpidas en la base parecen sostener el edificio, con su cúpula blanca como la nieve. El Dagoba representa el cosmos budista: sobre la cúpula que simboliza la Tierra, se encuentra una estructura rectangular y, en cada uno de sus cuatro muros, se observa una apertura circular que encarna el ojo de Buda, el símbolo del conocimiento. En la parte superior se alzan los trece planos del Cielo, representados mediante una torre que, a medida que se eleva, se hace cada vez más estrecha.
Los monjes y peregrinos acuden a este templo y lo rodean en el sentido de las agujas del reloj mientras recitan sus plegarias. Frente al templo se alza la estatua del rey Dutugemunu, que encargó su construcción en el año 140 a.C., pero que no pudo verlo terminado.
Su historia se remonta a muchos siglos atrás y los importantes templos y monasterios hacen de Anuradhapura el destino de peregrinación más importante de los budistas en Sri Lanka.
Mihintale se encuentra a poco más de una decena de kilómetros y está considerado el “monte sagrado de la conversión”. La devoción sostiene a los fieles que suben los 1.840 escalones de granito oscuro que conducen hasta la cima de la montaña. Templos llenos de reliquias (dagba), estanques decorados y grutas, ponen de manifiesto que esta zona es la cuna del budismo local.
Mihintale es uno de los lugares sagrados más atractivos del país. Aquí se encuentra el Kantaya Chaitiya, un dagoba milenario con altares y frescos, los restos de un viejo refectorio con piedras en las que se grabaron las reglas de la vida ascética y la gruta donde se asegura que durmió Arahat,  hijo del rey indio Ashoka, cuando llegó a estas tierras para difundir la palabra de Buda.

KANDY : EL TEMPLO DEL DIENTE DE BUDA
Kandy (reino de la montaña) fue, hasta 1815, la capital del último reino cingalés. Sus habitantes la llaman Maha Nuwara, la gran ciudad. En realidad no es demasiado grande, aunque alberga uno de los santuarios más relevantes para los budistas. Este lugar sagrado posee el descriptivo sobrenombre de “templo del diente” (Sri Dalada Maligawa).
En este templo de apariencia bastante moderna, que expone pocos elementos de la arquitectura budista y más bien se asimila a una villa colonial, se encuentra una importante reliquia, un colmillo izquierdo superior de Buda. Esta reliquia constituye desde siempre la legitimación del budismo cingalés.
Cuando la luna llena ilumina las oscuras aguas del lago, en Kandy se celebra la mayor fiesta del año. Durante diez días y una noche, en julio y agosto, la ciudad se llena de cientos de miles de peregrinos budistas de todas partes del mundo, dado que la reliquia es llevada a través de las calles en la que se conoce como Esala Perahera (una gran procesión para honrar a Buda). Las gentes se visten con sus mejores atuendos de fiesta y acompañan la caravana de casi un centenar de elefantes engalanados y con gritos constantes de “sadhu, sadhu” (santo, santo). Se golpean tambores con un ritmo cada vez más frenético y los músicos y bailarines se mueven en éxtasis. Es una ceremonia religiosa única y un auténtico espectáculo multicolor.
De hecho la vida en toda la isla está regida por las prácticas religiosas y por el deber de mantener a los monjes o bikkhus que, como en todos los países budistas, llevan recipientes para que la gente deposite en ellos sus limosnas. A los monjes se les suele ver por todas partes; parecen figuras hieráticas con sus túnicas de color azafrán y sus sombrillas negras que utilizan para protegerse del sol.
Todas las ceremonias que se celebran en el templo del diente de Buda, en Kandy, son alucinantes. La fe y el entusiasmo con que la gente coloca ramos de flores de loto en los altares de Buda contrastan con las danzas sagradas. Los danzarines llevan infinidad de tocados y joyas, y las danzas que interpretan son antiquísimas y encierran toda una serie de simbolismos.
Cerca de la ciudad de Kandy se ubica Udawatta Kele, la llamada “ermita del bosque”, aunque en realidad se trata de una reserva natural. Un centro de meditación para monjes avanzados (bikkhus). El frondoso bosque parece maravilloso y oscuro, como una pequeña jungla. Tan pronto como se penetra en su interior, se dejan atrás lodos los ruidos y reina el silencio tropical, de vez en cuando interrumpido por los aullidos de los monos o la llamada de las aves.
Es aquí donde se emplaza la comunidad monástica (sangha), a buscar la más profunda verdad y el alegre desprendimiento.
A los monjes ermitaños les agradan las visitas. De hecho, reina una distensión imperturbable y se observa en ellos la evidencia de que han encontrado el sentido profundo de su vida terrenal.

ALU VIHARA (MATALE)
Hace más de dos mil años que se esculpió este monasterio en las rocas de granito que se encontraban sobre Kandy y, desde entonces, es un santuario nacional y religioso para los budistas cingaleses
Aquí, supuestamente, se reunieron medio millar de monjes en el año 80 a.C. para recopilar, revisar, ordenar y escribir por primera vez lo que hasta entonces existía de la palabra y la enseñanza de Buda en la tradición oral. Los monjes guardaron el resultado de este encuentro en un canasto de tres compartimentos (tripitaka o tipitaka). En este canasto se encontraban las prédicas de Buda (sutta pitaka), las reglas para la comunidad (vinaya pitaka) y los tratados filosóficos, las interpretaciones de la enseñanza a través de los discípulos y estudiantes. Este trabajo es la recopilación canónica de todas las reglas filosóficas, psicológicas y cotidianas que constituyen hasta el día de hoy la base de la devoción y la práctica de vida budista.
En el año 1848, se produjo un levantamiento contra los británicos y, como algunos de los rebeldes se escondieron en el monasterio, quedó destruida gran parte de la extensa biblioteca y sus valiosos textos, quemándose los manuscritos de la primera recopilación. Desde entonces, los monjes que viven en el monasterio se esfuerzan por volver a llenar el canasto triple. En el año 1982 se terminó una gran parte.
En sus habitaciones, de decoración sencilla, los monjes se sientan y tallan con estiletes de marfil los textos sagrados en la ola, una hoja de palma seca preparada especialmente para tal fin. El registro de los textos canónicos no es sólo una proeza histórica y cultural, sino una forma de meditación especial que solamente se practica aquí.

LA ROCA-FORTALEZA DE SIGIRIYA
Lo que más fascina de Sigiriya es la forma en que surge en medio de una enorme llanura. En un desvío de la carretera que atraviesa la jungla, la roca aparece de repente escarpando su perfil, una silueta de piedra rojiza que contrasta con el infinito cielo azul. La vista es prodigiosa, pero aún debió ser más asombrosa en la antigüedad, cuando estuvo coronada de palacios con muros de mármol blanco, tejados de bronce, florones de piedras preciosas que reflejaban los deslumbrantes rayos del sol y grandes composiciones pictóricas en una cavidad lateral representando a bellas ninfas que parecen descender del cielo, como si se tratara de vírgenes celestes.
Por aquel entonces, Sigiriya no era una fortaleza formidable y prohibida. Durante su breve apogeo de esplendor, del 477 al 495 d.C. fue una de las realizaciones más bellas que honraba la región. Hay numerosas interpretaciones de esa época de Sigiriya, una historia plena de leyenda y amor. También una historia de dominio, el de su creador, Kasyapa, un rey con alma de artista. Los poetas lo han loado, y se han escrito obras y rodado películas tratando de captar su personalidad.
Kasyapa se marchó de Anuradhapura e hizo construir un palacio y un pueblo a la imagen de la morada de Kureva, dios de la prosperidad. Así dio forma a sus sueños de grandeza. Dieciocho años más tarde, su hermanastro, Moggallana, le desafió con un ejército. Por uno de esos errores de juicio pasajeros que cambian el curso de la historia, Kasyapa pensó que se había quedado solo en la batalla, levantó su daga y se quitó la vida.
En una cavidad en la cara oeste de la roca de Sigiriya, a la que se accede a través de una escalera en espiral, están los célebres frescos. Testimonios epigráficos que hablan de quinientos retratos, aunque solamente diecinueve de ellos han sobrevivido hasta nuestros tiempos.
En los costados norte y oeste de la roca se ha esculpido una estrecha galería o paso que permite el acceso a una cima aparentemente inaccesible. La galería está protegida por un muro de tres metros de alto, tan reluciente que, aun tras quince siglos de exposición al sol y a las inclemencias del tiempo, puede uno verse reflejado en el mismo: de ahí su nombre “muro-espejo”. Sobre esta superficie pulida hay múltiples escritos antiguos dejados por la infinidad de visitantes que han ascendido por la roca. La cima tiene una superficie de más de una hectárea y al borde de uno de los precipicios quedan aún restos del muro exterior del palacio, principal construcción del complejo. Hay jardines, aljibes y estanques trazados con fascinante imaginación. Los parterres del lado oeste están sembrados de charcas, islotes, paseos y pabellones. A través de excavaciones arqueológicas, se han descubierto sofisticados sistemas de desagüe y avenamiento subterráneo. Una de las peculiaridades más impactantes de la fortaleza la constituye el muro de refuerzo que la rodea.
Sigiriya es otro de los lugares que, sin duda, merece la atención del viajero.


                                                                                              (Continuará)


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