REFLEJO DE
LA ÉPOCA MÁS FASTUOSA DE LA HISTORIA DE
FRANCIA
El
castillo-mansión de Versalles, que desempeñó las funciones de residencia real
durante los siglos XVII y XVIII, está ubicado en el municipio del mismo nombre,
en Île-de-France y con sus tres palacios, jardines y parque es un dominio
inmenso. Símbolo de la época más fastuosa de la historia de Francia, cuando los
grandes Luises imponían su gusto al resto del mundo, su visita requiere
bastante tiempo dada su gran magnitud.
El
conjunto del palacio y parque de Versalles, incluyendo el Gran Trianón y el
Pequeño Trianón fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979.
LUÍS XIII
Todo
comenzó cuando Luís XIII hizo levantar en medio del bosque y junto a una loma
rodeada por dos pantanos insalubres, una modesta vivienda de ladrillo, piedra y
pizarra. Era su refugio de caza favorito y, por tanto, mandó construir una
vivienda rústica y utilitaria. La disposición de los pabellones y fosas se hizo
a semejanza de algunas construcciones feudales.
El
rey mandó edificar una nueva vivienda en un terreno que compró a Jean de Soisy.
En esta pequeña residencia recibía, de cuando en cuando, a su madre Maria de
Médicis y a su esposa Ana de Austria, aunque nunca pernoctaron allí, tan sólo
pasaban el día.
Desde
la colocación de la primera piedra en 1623, el conjunto de palacios y jardines
se ganó un lugar como emblema del Estado. Sólo así se entiende la devastación
sufrida tras la Revolución
de 1789 del empeño puesto por la República para llevar a
cabo una restauración. En la actualidad, el turismo ha convertido a los
millones de visitantes en los cortesanos modernos.
En
1630, el cardenal Richelieu fue a Versalles, en secreto, para informar al rey
de una conspiración que se estaba fraguando y que fomentaba la reina madre.
Richelieu fue nombrado primer ministro y la reina madre exiliada.
Dos
años más tarde, Luís XIII compró todo el dominio de Versalles, pero su
pretensión era demoler el castillo viejo y así ampliar la superficie de la
residencia real. Cuando terminaron las obras de ampliación, tomó posesión de
sus nuevos departamentos y de esta forma multiplicó sus estancias,
aprovechándose del confort de su nueva mansión, así como del encanto de sus
jardines, los cuales fueron decorados con arabescos y entrelazados.
Sintiéndose
morir, en 1643 confesó: “Si Dios me
devuelve la salud, tan pronto como el delfín tenga edad de montar a caballo y
tenga la mayoría de edad, le pondré en mi lugar y yo me retiraré a Versalles
con cuatro de nuestros frailes para que me entretengan con charlas divinas”.
El
14 de mayo de aquel mismo año, el rey murió y Versalles permaneció en silencio
durante dieciocho años.
LUÍS XIV, EL REY SOL
Al
principio de su reinado no encontraba ninguna mansión real que le complaciera
con plenitud. Llegó a vivir en París: en el Palacio Real, en el Louvre y en las
Tullerías. Trató también de quedarse en Vincennes y en Saint-Germain-en-Laye e
incluso pasó una temporada en Fontainebleu. Hizo reformas en todos ellos, pero
en ninguno llegó a sentirse cómodo.
Fue
a partir de 1651 cuando en su primera visita a Versalles surgió el impacto que
marcaría su vida y la de su descendencia. Primero llevó a su esposa María
Teresa y años después empezó a diseñar junto con los arquitectos la que sería una
de las obras más costosas de cuantas se llegaron a conocer en la época.
A
pesar de que el lugar seguía sin reunir las condiciones adecuadas, el terreno
era cenagoso y muy arenoso, aparte de que su coste de edificación se antojaba
imposible de sufragar, Luís XIV, el Rey Sol, fue quien tomó la solemne decisión
de edificar en Versalles el palacio más grande del mundo conocido, con la única
pretensión de tener en él todas las comodidades durante unos cuantos días. El
joven príncipe se había encaprichado del lugar y ya siendo monarca, acabó por
encontrar allí la estancia idónea para su amante Luisa de la Vallière. Fue entonces cuando,
al filo de 1661 puso en marcha la primera ampliación, convirtiendo su personal
reto en una cuestión de Estado.
Aunque
en 1664 se celebró la primera fiesta en el palacio, el rey decidió efectuar nuevas
reformas para poder pasar allí más tiempo. Al margen de ello, conservó el
palacio edificado por Luís XIII, más por razones financieras que sentimentales.
Los
arquitectos de la corte, Mansart y Le Vau consiguieron triplicar la superficie
del nuevo palacio, que fue decorado con mucho lujo retomando el tema del Sol,
omnipresente en Versalles. Los jardines fueron también ampliados y adornados
con muchas esculturas de notables
artistas.
Entretanto,
se fueron celebrando fiestas que se hicieron famosas por la fastuosidad
desplegada en todos los ámbitos, aunque algunos cortesanos se quejaron de la
incomodidad del lugar porque no encontraron lugar para quedarse a dormir.
Entre
1668-1670 se inició una nueva ampliación, con una segunda construcción que
rodearía al primer palacio. Desde entonces se distinguieron perfectamente el
Palacio Viejo de Luís XIII y el Palacio Nuevo de Luís XIV.
En
el primer piso se pusieron columnas jónicas, hornacinas y altas ventanas
rectangulares. Todo se decoró con esculturas y bajorrelieves sobre las
ventanas. El rey soñaba con hacer un palacio que dejara constancia de su época
y durante toda su vida no cesó de seguir llevando a cabo ampliaciones y
reformas.
Por
aquel entonces la señora de Montespan ya había sucedido a La Vallière en las
preferencias del Rey Sol. La agitada vida social que vivía en aquellos años la
corte francesa, acabó por deslumbrar al propio monarca, empujándole a emprender
constantes obras y restauraciones que terminarían por convertir Versalles en
una auténtica joya europea. Aseguran los cronistas que más de 30.000 obreros
fueron utilizados y explotados en dichas obras, muchos de los cuales murieron
por epidemias y fiebres, aunque la corte trató de ocultarlo en todo momento.
La
obsesión no cesó en la mente del Rey Sol, quien dejando a un lado buena parte
de sus obligaciones en la corte, parecía más preocupado por mantener dilatadas
conversaciones con jardineros y arquitectos sobre sus delirios de constructor.
Incluso se llegaron a crear fábricas de materiales de construcción, muebles,
tejidos, sedas y alfombras que sólo abastecían a Versalles y otros palacios del
reino.
El
auténtico ímpetu nacionalista del Rey Sol propició un verdadero renacimiento
cultural en toda Francia.
Pese
a no estar concluida la obra en su totalidad, Luís XIV no pudo contener por más
tiempo su inquietud y convirtió Versalles en su morada habitual a partir de la
primavera de 1682. En los años siguientes, el palacio no dejó de evolucionar en
su crecimiento, a pesar del fallecimiento de los arquitectos que hincaron los
proyectos. Le Brun, Le Vau y Mansart.
Al
margen del palacio, en el exterior (los muros palaciegos) tampoco dejaron de
crecer. Por su parte, André Le Nôtre, el encargado de diseñar los jardines,
quiso hacer algo francés en las 125 hectáreas de que disponía, aunque sin
apartarse de las directrices marcadas por el rey. Comenzó a trazar avenidas sin
fin, alejando la vegetación de los edificios para que éstos resaltaran más
orgullosos y llenándolos de fuentes como el rey quería.
Para
hacer funcionar las fuentes hacía falta una gran cantidad de agua, unos 5.000 metros cúbicos
a la hora. Inicialmente la acometida de agua desde el Sena se llevó a cabo
mediante una bomba que resultó insuficiente. Se intentó desviar el río Eure,
pero finalmente se consiguió traer el agua mediante canales desde la meseta
existente entre Versalles y Rambouillet.
Luís
XIV estaba preocupado porque los visitantes no supiesen apreciar la belleza de
todo cuanto él diseñaba en su imaginación.
En
medio del parque surgieron los dos Trianón, pequeños palacetes de reposo para
privilegiados amigos del rey. El Grande, de estilo italiano, para complacer a
la señora Montespan. El Pequeño, años después lo dedicó Luís XV a la marquesa
de Pompadur.
Poco
a poco Versalles se fue poblando de habitantes, hasta llegar casi a 10.000 de
forma permanente, la mitad de ellos nobles.
Entretanto,
los placeres cortesanos no cesaron, la vida social era muy intensa y toda la corte
vivía casi en fiesta permanente con espectáculos en la mayoría de aposentos del
palacio.
Grandes
jarrones, espejos, naves de oro, figuras grotescas de perlas, esmeraldas,
rubíes y ágata, estatuas de animales antiguos, grandes caballerizas, cámaras y
antecámaras. Todo un elogio a la desmesura.
Sin
lugar a ningún género de dudas, hay que remitirse a un capricho real para poder
explicar el nacimiento de todo este conjunto versallesco, así como a una
sucesión de amoríos, la mayoría de ellos clandestinos, para entender su
desproporcionado crecimiento.
El
19 de febrero de 1715, Luís XIV, que llevaba un hábito de satén constelado de
diamantes, recibió a los embajadores de Persia en la Galería de los Espejos.
Fue uno de sus últimos actos oficiales. A últimos del mes de agosto, una
muchedumbre desacostumbrada se adentró en silencio en los departamentos del
soberano. La Corte
de Francia en pleno acudió a presenciar los últimos instantes del rey y
rendirle honores en una postrera ceremonia. El 1 de septiembre de 1715, el Rey
Sol falleció. Tenía entonces 77 años, de los cuales había reinado durante 72.
Su muerte puso fin al “Gran Siglo” que Voltaire denominó “el siglo de Luís el
Grande”.
LUÍS XV
El
nuevo rey era un niño. Su tutor y primo Felipe de Orleáns ejerció de Regente y
lo primero que hizo fue abandonar Versalles para instalarse en su residencia
parisina del Palacio Real, mientras la corte se instalaba en las Tullerías. Dicen
algunos historiadores que el Regente incluso pretendió demoler los palacios.
Pedro
el Grande, zar de Rusia, visitó Versalles en 1717 y residió en el Gran Trianón.
En
1722 el nuevo rey Luís XV volvió a Versalles y se instaló. Quiso que se
respetaran las tradiciones y emprendió nuevas obras. Las reformas se iniciaron
con las habitaciones y la construcción del salón de la Ópera.
Cuentan
algunos cronistas de la época que, hasta entonces, el palacio había tenido
mucha grandeza cortesana, pero una enorme miseria humana.
Merced
a la intervención de la marquesa de Pompadur fueron instalados servicios
higiénicos y baños, de los que el recinto carecía. También se transformaron los
departamentos del rey, de la reina y del resto de la familia real.
Luis
XV fue el responsable de la destrucción de muchos de los espléndidos edificios
de la época anterior a su reinado, pero en el interior del palacio se crearon
unas magníficas decoraciones. Los jardines y, en particular el Trianón, se
enriquecieron con la edificación del Pabellón Francés y el Pequeño Trianón.
El
16 de mayo de 1770 tuvo lugar en la Capilla
Real el matrimonio del Delfín (futuro Luís XVI) con María
Antonieta de Lorena, archiduquesa de Austria.
Mientras
tanto, la corte seguía su curso, siempre brillante y suntuosa con bailes y
fiestas. La distracción favorita de aquel siglo fue el teatro. Voltaire fue muy
apreciado por sus tragedias y su prosa, y Madame Pompadour siempre resultó ser
una buena embajadora de estos actos.
LUÍS XVI
Durante
el reinado de Luis XVI se llevaron a cabo varias edificaciones en el Pequeño
Trianón. No obstante, el soberano no gustaba de tanto boato, tampoco tuvo
delirios de construcción y sólo se dedicó a pequeños retoques interiores. Sin
embargo, la reina si tuvo ideas para descansar de sus actividades diplomáticas.
Maria
Antonieta encargó la construcción del Hameau, una aldea de doce casas de
esmerado estilo rústico. También dispuso de un pequeño teatro donde hacía
representar obras para un centenar de personas. De las doce casas del Hameau
sólo quedan nueve que se abastecen con la agricultura de sus alrededores.
Maria
Antonieta prefería pasar muchos días en la aldea, a orillas del lago, cerca de
los establos y molinos de agua.
Versalles
vivió el apogeo de la Francia
de los Borbones, pero también su declive: se establecieron los Estados
Generales desde 1789 y el 6 de octubre el palacio fue tomado por el pueblo,
obligando al rey y su familia a instalarse en París. Desde entonces, Versalles
quedó vacío.
El
26 de diciembre, la
Convención votó a favor de la muerte de Luis XVI, que fue
ejecutado el 21 de enero de 1793. En el mes de agosto del mismo año, María
Antonieta fue puesta a disposición judicial ante el tribunal revolucionario y
después de un proceso fue condenada a la guillotina.
En
1792, tras la caída de la monarquía y el asalto a Versalles, vino el saqueo y
la destrucción del símbolo más odiado por el pueblo.
Los
muebles fueron vendidos y el deterioro avanzó por todo el recinto.
El
Gran Canal se convirtió en un campo de trigo y el Pequeño Trianón se transformó
en una posada.
Napoleón
Bonaparte acarició durante algún tiempo la idea de convertirlo en palacio
imperial, pero Versalles ya no se utilizó hasta el retorno de la monarquía.
Luis Felipe se encargó de la conversión del palacio en museo.
En
1837, el palacio se convirtió en Museo de Historia de Francia. A partir de
entonces, el resto del mundo empezó a percatarse de la existencia de Versalles
y comenzaron las obras de restauración.
Fue
la IV República
la que decidió su reconstrucción en 1953 y su apertura al público cinco años
más tarde.
Fruto
del egocentrismo, las ansias de poder y la obsesión por el lujo y la
ostentación de cuatro reyes de Francia, el crecimiento constante de Versalles
lo convirtieron en uno de los más impresionantes conjuntos arquitectónicos del
mundo. Con el transcurso del tiempo, la historia acabó derrocando a estos
monarcas y esta maravilla se convirtió en uno de los lugares de visita
ineludible para quienes llegan hasta París.
(Ver
interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)