TEMPLO DE ORO DE AMRITSAR




El estado indio del Punjab comienza en las estribaciones de la cordillera del Himalaya y se extiende en una gran y fértil llanura hasta los límites del desierto del Thar en Rajasthán. Antes de la independencia del país se prolongaba, por el noroeste, hasta el río Indo e incluso más allá.
Los persas fueron los que bautizaron el territorio como Panj (cinco) y ab (aguas), debido a los cinco ríos que lo atraviesan, nombre que ha permanecido hasta la actualidad. En 1947, cuando la India fue dividida, la mayor parte del Punjab quedó atribuido a Pakistán; no obstante, tanto éste país como la propia India han conservado su nombre, ya que en ambos lados se habla la misma lengua, el punjabí.
Amritsar es la capital del Punjab y en ella se ubica el Templo de Oro, principal santuario del sikhismo.

UN RETAZO DE HISTORIA
No es una ciudad muy antigua: Ram Das (1574-1581), cuarto de los diez gurús sikhs, la fundó hace menos de quinientos años.
Su hijo y sucesor, Arjun Dev, quinto gurú, elevó el templo en medio de un estanque sagrado, santificó sus aguas y encerró dentro del santuario central el libro sagrado de los sikhs, el Granth Sahib o Adi Granth. En este libro sagrado, sólo comparable con la Biblia y el Corán, están escritas las enseñanzas de los gurús. Según la enseñanza sikh, el Único vive en todo y está en todo.
La ciudad tomó el nombre del estanque sagrado: amrit (néctar) y sar (estanque). Los sikhs llaman habitualmente Hari Mandir (el templo de Dios). a su gurdwara o templo 
En 1803, el soberano Ranjit Singh (1780-1839) reconstruyó el templo en mármol y oro. Hicieron falta más de 400 kilos de hojas de oro para recubrir por completo las cúpulas. Desde entonces recibió el nombre de Templo de Oro.
Sikh es una palabra de la lengua pali y significa discípulo o aprendiz. Por consiguiente, todas las personas son aprendices. Los sikhs se consideran a sí mismos como discípulos de sus diez gurús. Al término de su vida, cada uno de ellos debía designar a su sucesor. El décimo gurú, Gobind Singh, se negó a designar un sucesor hasta su muerte, y en 1699 fundó la hermandad Khalsa (que significa puro). Todos los miembros masculinos llevan el sobrenombre de Singh (león) y todos los miembros femeninos el sobrenombre de Kaur (princesa).
Los sikhs intentan tomar el aspecto bueno de cada religión. Para ellos, la hospitalidad es sagrada. Esto se puede observar en este maravilloso templo. Las personas de todas las religiones tienen acceso a este lugar, siempre está abierto y se puede pasar hasta tres noches en él, incluso bajo las arcadas. Todos los visitantes deben recibir comida, nadie debe abandonar hambriento el recinto del templo.
Al igual que la hospitalidad, la verdad también es sagrada e intentan alcanzarla durante toda su vida. En India, su amor por la verdad es proverbial: “Cuando ya no puedas confiar en nadie, busca un sikh. Él nunca te mentirá”.
En Amrit, el estanque divino, se recibe a los nuevos seguidores sikhs de la comunidad mediante un ritual. Cada sikh iniciado en la hermandad de los puros se compromete a llevar las cinco “K”: kes, el cabello y la barba sin cortar; kangha, un peine de madera como símbolo de limpieza; kaschära, ropa interior de algodón, como símbolo de moderación sexual; kadha, un brazalete de acero símbolo de la verdad; y kirpan, un pequeño sable especial como símbolo de la disposición para ayudar al débil y el oprimido.
Los sikhs pueden reconocerse fácilmente en todo el mundo por su turbante y su barba, y a menudo, impresionan por su conducta digna y respetuosa. Se les considera valientes, intrépidos y animosos, cualidades que también favorecen a quienes no son sikhs, si se esmeran en ello.
Cualquier visitante (con la cabeza cubierta y los pies descalzos) puede dejar pasar el tiempo inmerso en este Templo de Oro, auténtico universo sikh, escuchando himnos que se interpretan sin interrupción durante todo el día.
Infinidad de rincones del subcontinente indio emanan un profundo halo de religiosidad y misticismo. El Templo de Oro de Amritsar es uno de ellos.

ESCENARIO DE UNA TRAGEDIA
En 1984, este templo resultó fuertemente dañado durante la llamada Operación Blue Star, el asalto por parte del ejército indio ordenado por la entonces Primer Ministro Indira Gandhi, para desalojar a los rebeldes sikhs, con el fanático Jarnail Singh Bhindranwale al frente, quienes pretendían conseguir un Estado independiente, el llamado Khalistán, para toda la comunidad sikh.
El conflicto se saldó con un auténtico baño de sangre, Bhindranwale y sus secuaces murieron en el asalto y con ellos muchos de sus seguidores.
La paz quedó restablecida en el Punjab, pero sin tan siquiera sospecharlo, Indira  Gandhi acababa de firmar su sentencia de muerte.
Cuando aún no se había extinguido el eco de los graves sucesos acaecidos en el Punjab en los meses anteriores cobraron una nefasta actualidad muy a pesar de que, una vez concluidas las primeras reparaciones en el Templo de Oro de Amritsar, los fieles volvieron a orar y al mismo tiempo observar de cerca los daños causados en el asalto.
Las heridas emocionales no habían cicatrizado y lo que era peor, amenazaban con volver a abrirse y desangrar a todo el país.
Indira regresó a Delhi el 30 de octubre. Ella, como algunos miembros relevantes del Congreso, estaba recorriendo el país a fin de preparar concienzudamente la campaña preelectoral.
A la mañana siguiente, alrededor de las 9 horas y después de hablar con sus nietos, salió de su residencia en Safjardung Road para acercarse hasta la oficina donde le aguardaba el famoso actor Peter Ustinov, con quien iba a mantener una entrevista para la televisión.
A raíz de lo sucedido en el Punjab, muchos amigos aconsejaron a la Primer Ministro que prescindiera de los guardias sikhs, pero ella siempre respondió que no podía castigarse a toda la comunidad sikh por los actos cometidos por una minoría de fanáticos.
Para cubrir los escasos metros que la separaban de su despacho, fue acompañada por dos miembros de su escolta personal. Uno de ellos era el Subinspector Bean Singh, quien había acompañado a Indira en muchos viajes al extranjero y llevaba ya bastantes años a su servicio, siendo de su total confianza.
El otro guardia que caminaba junto a ella era Satwant Singh, el cual hacía relativamente poco que estaba a su servicio. Los dos iban a convertirse en los asesinos de Indira.
De repente, en sólo unos segundos, ambos descargaron sendos disparos de ametralladora sobre ella, a bocajarro y con la mayor sangre fría. Su cuerpo rodó por el suelo de inmediato.
Se había consumado la trágica venganza.

LA MATANZA DE AMRITSAR
A lo largo de la historia de la India y más concretamente durante el periodo colonial británico, Amritsar marcó un punto de inflexión más que importante en el desarrollo de los acontecimientos que llevaron a la consecución de su independencia.
No todos los rincones de la India transmiten paz y buenas vibraciones. En el caso de Jallianwala Bagh en Amritsar, muy cerca del Templo de Oro, es un lugar tristemente recordado y tiene una muy especial significación.
El 13 de Abril de 1919 fue una fecha marcada con sangre en la historia de la India. Los trágicos sucesos ocurridos en Amritsar, la matanza de inocentes ciudadanos indios, ancianos, mujeres y niños en su mayoría, a cargo de los soldados británicos dirigidos por el tristemente famoso General Dyer, nunca quedarán olvidados.
La guerra europea había concluido, no obstante, Inglaterra promulgó la ley Rowlatt que venía a prolongar aun en tiempo de paz, todo tipo de restricciones de libertad. A renglón seguido, Mohandas K.Gandhi puso en marcha una nueva acción, el llamado hartal o suspensión absoluta de actividades. Días después, el 12 de Abril, llegó a Amritsar el General de Brigada, Reginald Edward H.Dyer. Un hombre tan destacado por su carrera militar como por su manifiesta ferocidad.
Una vez en la ciudad, lo primero que hizo fue publicar una proclama por la que se prohibían cualquier tipo de manifestaciones y mítines.
Como desgraciadamente pudo comprobarse después, no todos los ciudadanos estaban al corriente del citado llamamiento, ya que ni el mismo Dyer adoptó las medidas necesarias para asegurarse de su conocimiento en toda la ciudad.
La mañana del 13 de Abril de 1919 amaneció calurosa y apacible. Nada hacía suponer que iba a convertirse en una jornada amarga y trágica.
Dyer se enteró de que aquella tarde iba a tener lugar en Jallianwala Bagh, una reunión de protesta pacífica por la represión impuesta en las últimas semanas.
Jallianwala Bagh era un solar de forma rectangular, completamente rodeado por diferentes muros de edificios y con escasas y más bien angostas salidas, en el que con frecuencia se solían amontonar escombros y materiales de construcción. Por supuesto, nada tenía que ver con un jardín (bagh significa jardín).
Con bastante antelación, afluyó al lugar un gran número de personas.
Sobre la hora anunciada, un hombre subido en una pequeña plataforma comenzó a hablar a las personas que se habían concentrado en aquel reducto. El calor era sofocante y en el ambiente se respiraba una gran tensión.
Minutos después, el General Dyer se puso en marcha, rodeando con sus tropas el recinto, aunque tuvo que desistir de penetrar con dos carros de combate provistos de ametralladoras, dado que los mismos no podían acceder por los angostos accesos.
Ajenos a cuanto estaba sucediendo, los asistentes a la reunión se vieron sorprendidos por la presencia de los soldados fuertemente pertrechados, como si tuviesen que hacer frente a un considerable enemigo armado.
A poco más de un centenar de metros se apostaron veinticinco gurkhas y otros tantos baluchis, equipados con rifles, amén de un indeterminado número de efectivos armados todos ellos con cuchillos.
Sin efectuar ningún tipo de advertencia (el propio Dyer manifestaría después que no era necesaria, pues los allí reunidos lo estaban ilegalmente e infringían las recomendaciones dadas), el General dio orden de disparar.
Los asustados e incrédulos asistentes a la pacífica manifestación, aún tuvieron tiempo de escuchar las últimas palabras del orador, quien gritó con todas sus fuerzas:
" Debemos tener el valor de aceptar su ira ".
El horror cundió entre la multitud, algunos se arrojaron al suelo, otros trataron infructuosamente de escapar a la lluvia de fuego, los más se apiñaron unos a otros, ofreciendo un blanco más fácil ya que los soldados tenían la consigna de disparar sobre los núcleos más densos. Un considerable griterío de angustia y dolor no consiguió acallar el ensordecedor estallido de las armas que vomitaban fuego, mientras por todos los rincones empezaban a amontonarse los cuerpos de las víctimas de aquella auténtica masacre.
Dyer contempló imperturbable la horrenda escena. Mientras, la multitud acorralada y sin escapatoria posible, resultó ser un objetivo perfecto para sus hombres.
Al final, en apenas unos minutos, con 1.650 balas se registraron más de 400 muertos y el resto, más de 1.200, heridos muy gravemente.
El Imperio británico había consumado su victoria más ignominiosa sobre un enemigo inocente y desarmado. Tal y como comentara un periodista norteamericano con posterioridad a los fatales hechos, la India se había ganado su propia libertad.
Aquellos sangrientos hechos de Jallianwala Bagh, en Amritsar, sirvieron para imprimirle una mayor excitación a la vida en la India y, al mismo tiempo, provocaron que Mahatma Gandhi se consagrara abiertamente a la política, algo que cuando regresó de África del Sur, cuatro años antes, era del todo impensable para él.
Todos los años se rememora la trágica matanza de Amritsar, cuya magnitud llenó de la mayor vergüenza a Gran Bretaña e infinidad de gentes depositan flores en homenaje a las víctimas asesinadas, los auténticos héroes de Jallianwala Bagh, lugar que posteriormente se ha convertido en centro de visita y peregrinación.
La historia de esta horrenda masacre se sigue explicando en la Galería de los Mártires. Se conserva todavía parte de una pared donde pueden verse los impactos de las balas, así como un pozo al que algunas personas saltaron en su intento de escapar.
Quienes visitan Jallianwala Bagh, no pueden evitar sentir un fuerte impacto emocional al recorrer el lugar donde ocurrió la masacre. Algunos hechos tienen la capacidad de alojarse en los rincones más inaccesibles de la mente y la memoria.
El Templo de Oro y Jallianwala Bagh son los dos lugares más emblemáticos de esta ciudad de Amritsar que, sin duda, a lo largo de los siglos ha jugado un papel muy importante en la historia de la India.

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