POLONNARUWA



        A LA SOMBRA DE BUDA



En el corazón de la antigua Ceylán, tierra de elefantes, horizontes de té, recónditas playas de blancas arenas y ciudades milenarias devoradas por la selva, existen vestigios que hablan de un pasado envuelto en fastuosidad.
Inmerso en un extraño misticismo, Polonnaruwa es un lugar en el que el tiempo se detuvo hace siglos y donde reina una atmósfera que invita al recogimiento y la meditación, siempre bajo la complaciente y acariciadora sonrisa de Buda.
Con el transcurso de los siglos, su riqueza en té, especias y piedras preciosas despertó la codicia de los piratas malayos, los tamiles indios y, por supuesto, los imperios coloniales, en unas épocas en las que viaje y comercio eran sinónimos de aventura.
Sri Lanka sigue siendo hoy un jardín paradisíaco asomado al océano Indico con infinitos y exóticos atractivos, no en balde ha sido calificada como “la isla de los placeres”.
En el trópico todo es desmesurado y accesible, fluyendo la vida en colores y tamaños. A pesar de sufrir más de cuatro siglos de una dura colonización que explotó todos los recursos, su encanto ha permanecido indemne a los múltiples avatares políticos.

EL BUDISMO EN ASIA SUDORIENTAL
La cuna del budismo se halla en la cuenca del sagrado río Ganges (India). Sus orígenes se remontan a un pasado lejano anterior a la era cristiana. El fundador fue Sidharta Gautama, pero como pertenecía al clan de los shakyas, sería más tarde conocido con el nombre de Shakyamuni o “el sabio de los shakyas”.
El príncipe Sidharta, que era hijo de un rey, nació en el bosque de Lumbini, situado en el actual Nepal. Tuvo una vida llena de comodidades y la tradición cuenta que destacó en todas las ramas del saber y en las artes. Pero en cierta ocasión que el joven príncipe salió del palacio, se encontró primero a un anciano, luego a un enfermo, después a un muerto y finalmente a un monje. Estas visiones del sufrimiento de los hombres y de la paz que se podía conseguir con la vida religiosa, le hicieron reflexionar profundamente sobre el significado de la existencia.
Siendo aún joven, abandonó una noche el palacio y empezó a recorrer el mundo en busca de la verdad. Visitó a los dos grandes maestros espirituales de la época, tras lo cual se sometió a rigurosas prácticas ascéticas, pero tampoco encontró la paz del espíritu. Finalmente se dispuso a meditar adoptando una postura sedente y con las piernas cruzadas. En esta profunda meditación logró por fin una perfecta serenidad. Su mente alcanzó un conocimiento absoluto de todo el universo y llegó hasta la verdad suprema. De esta forma se convirtió en el Buda, el “Iluminado”.
Dedicó el resto de su vida a la divulgación del dharma (la norma o ley), nombre que recibió su doctrina. Convirtió a todos sus amigos, a reyes, comerciantes y gentes de la más diversa condición social, y así fue creciendo la comunidad de monjes llamada sangha. Él y sus seguidores recorrieron muchas regiones y países predicando la nueva doctrina.
Siendo ya anciano murió en Kushinagar (India) y, según la tradición popular, ocurrió en el año 544 a.C. Desde entonces, el budismo se ha extendido enormemente por toda Asia y también por el resto del mundo.

AL ENCUENTRO DE BUDA
La importancia de Sri Lanka en el desarrollo del budismo queda reflejada en sus monumentos histórico-artísticos, entre los que se encuentran obras de excepcional valor.
Mientras el budismo Theravada fue desapareciendo en la India, a partir del siglo XV surgió en Sri Lanka, al igual que en Tailandia, Birmania, Laos y Camboya, buena parte de la antigua Indochina.
Fieles a las enseñanzas de la escuela Theravada, los artistas cingaleses renunciaron a la sobrecarga decorativa y eligieron líneas más puras y limpias.
El secreto de la longevidad del Theravada viene dado por la estricta observancia de la escritura pali, su instinto para crear poderosas instituciones monásticas y mantener lazos con el gobierno secular, amén de su habilidad para coexistir y absorber elementos de otras religiones no budistas
Casi veinticinco siglos después, el budismo se presenta en su forma más pura. Su doctrina de paz y tolerancia ha dejado una suave impronta en el país y sus gentes.
Polonnaruwa es un punto culminante del viaje a Sri Lanka.
Más allá de la espectacular roca-fortaleza de Sigiriya, se llega a Polonnaruwa, la cual permaneció oculta durante siglos entre la exuberante jungla.
Segunda capital de los antiguos reyes de Ceylán, sucedió a Anuradhapura como sede del poder cuando ésta última sufrió una de las peores invasiones de la India a principios del siglo XI d.C. En su tiempo, la ciudad estaba protegida por tres muros concéntricos, embellecidos con parques y jardines, contando con numerosos santuarios y otros lugares santos. La ciudad propiamente dicha así como sus campos circundantes estaban dotados de un sofisticado sistema de regadío conocido como Parakrama Samudra, derivación del nombre del mar de Parakrama.
Abandonada en el siglo XVI, fue descubierta su existencia tres siglos después. Un funcionario inglés dio con ella durante una partida de caza y quedó fascinado por el aspecto artístico de aquella civilización para él desconocida.
Mientras que Anuradhapura evoca la austeridad del primer budismo cingalés, el emplazamiento de Polonnaruwa ofrece una magnífica visión de la escultura y la arquitectura medievales.
El conjunto monumental de Gal Vihara. La escultura yacente del paranirvana (nirvana completo) de Buda y la figura tallada en roca de Ananda, de pie, junto a la cabeza de su maestro, son una auténtica joya en la arquitectura oriental, una obra sorprendente de la iconografía budista. Los monjes se postran ante ella con veneración, como si consideraran haber llegado al final de su viaje espiritual
La visión de esta maravilla arquitectónica resulta espectacular, casi sobrecogedora, y el silencio reinante infunde profundo respeto. Ahí permanece desde hace siglos la imagen de Buda en meditación, junto a la otra inmensa figura de su discípulo Ananda, con aire noble y en expresión de recogimiento, con aspecto de primitiva grandeza y los brazos cruzados sobre el pecho.
Referente al Buda yacente, casi lo de menos es su excepcional magnitud, lo que realmente impresiona de la imagen es la expresión de infinita paz que exhala el bienaventurado en el momento de iniciar su postrer viaje, camino del nirvana. Tiene un brazo a lo largo del cuerpo y otro bajo su cabeza que se apoya en una almohada cilíndrica con hermoso trabajo de cincel traducido en loto. Esta flor se repite en un afiligranado trabajo realizado en las plantas de ambos pies, los cuales representan la doble naturaleza del hombre, las raíces que se sumergen en el limo de la tierra y las flores con toda su pureza que tienden hacia el cielo.
Al atardecer, cuando el sol declina sus últimos rayos tras la piedra esculpida, el ambiente místico que rodea Gal Vihara envuelve y sobrecoge al más incrédulo.
Al templo rupestre de Gal Vihara acuden infinidad de devotos budistas, seguidores que Intentan liberar como el príncipe Sidartha, su propio Buda, no en balde este conjunto monumental tiene un fuerte poder de atracción y convocatoria mística, tratándose, sin duda, de un lugar de peregrinación.
No es fácil transmitir la atmósfera tan especial que le circunda, la serena y somnolienta calma en medio de un profundo recogimiento, así como sumergirse en los rezos y la meditación, a la búsqueda de las áreas más profundas de uno mismo, del auténtico despertar.
Igualmente impresionantes son los monumentos de principios del siglo XIII. La estupa piramidal (Sat Mahal Pasadal), los relieves del templo de la “reliquia del diente” (no confundir con el templo del diente en Kandy) y las ondeantes columnas en forma de tallo de loto del Nissanka Lata Mandapaya. Antes hay que pasear por el antiguo palacio de Parakrama, del que se dice tuvo más de siete pisos y un millar de estancias lujosamente decoradas y amuebladas.
Ciudades sagradas, frondosas selvas donde habita la más amplia variedad de fauna salvaje, playas prácticamente vírgenes, grandes templos, multicolores fiestas, la placidez y simplicidad de la vida cotidiana de sus habitantes… y todo ello bajo la omnipresente sombra de Buda. Argumentos que, por sí solos, despiertan en quien lo vive sensaciones desconocidas, provocando recuerdos muy difíciles de olvidar.
Rincones que atrapan, escenas, paisajes y gentes que se quedan prendidos en la memoria. Los restos de Polonnaruwa son del tipo de monumentos que emocionan y empequeñecen a la vez al ser humano que se confronta con la genial creatividad de sus antepasados. De hecho, en Polonnaruwa reina la desmesura, tanto en las obras que se deben a la mano del hombre como de la propia naturaleza. Si las estatuas y los templos budistas son suntuosos y de dimensiones colosales, la jungla, omnipresente y misteriosa, no deja de amenazar con sus atractivos y peligros el esplendor de esta antigua capital.
Polonnaruwa fue declarada por Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1982.

Marco Polo ya dijo de Ceylán en sus libros de viajes que era la isla más bella del mundo. Bajo el límpido azul del cielo, ver ocultarse el sol sobre el océano Índico es mucho más que un espectáculo visual, teniéndose entonces la certeza de haber realizado un viaje al encuentro del pasado y a un lugar paradisíaco de los pocos que aún se conservan sobre la faz de la tierra.

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