EL DESIERTO ROJO
Cambios geológicos y climáticos han creado a lo largo de los siglos muchas regiones desérticas y áridas en la superficie de la Tierra. Estas extensiones constituyen un tercio de las masas terrestres de nuestro planeta. Mundos desolados de recóndita belleza.
Al sur de la población jordana de Maan y en ruta hacia Aqaba, en los límites del Mar Rojo, se extiende un inhóspito paisaje donde el sobrecogedor silencio envuelve a cada paso. Un escenario que siempre deja huella imborrable en quien se atreve a adentrarse en sus arenas rojizas y, por supuesto, cautiva a los occidentales que arden en deseos de conocer horizontes inexplorados.
Se trata de uno de los lugares más fascinantes y extraños, implacable con quienes se aventuran a cruzarlo sin la compañía de un beduino.
Un mundo sólo habitado por hombres duros, con un inigualable sentido de la fraternidad, de la hospitalidad y la dignidad humana, pese a las condiciones extremas en que han de sobrevivir. Habitado durante generaciones, en la actualidad ya sólo residen dispersas algunas tribus beduinas.
En el corazón de la Arabia pétrea, se alza Wadi Rum.
Cuando se pone el pie en este desierto, el primer vistazo es como una mirada hacia el interior de uno mismo. Esta sensación la comparten la mayoría de quienes se adentran en este bello e imponente territorio de arenas rojizas.
A la retina le cuesta admitir la soledad del paraje que envuelve a todo extranjero que se atreve a pisar esta tierra abrasada por el sol. Y una vez perdido en la inmensidad de la nada, en el más terrible de los vacíos, cree soñar mil fantasías.
Dicen quienes lo conocen que sólo los beduinos son capaces de guiarse a través de Wadi Rum. Y los intrépidos que llegan de lejanas tierras para vivirlo de cerca no lo son. Es a partir de ese mismo instante cuando da comienzo la gran aventura.
No se trata de un desierto convencional, no en balde su aspecto recuerda un extraño paisaje lunar.
El tórrido sol asciende con rapidez en el cielo, iluminando un paisaje de imponente belleza. Las rocas escarpadas, parecen esculpidas por un genio que no pertenece a este mundo y su coloración va desde el gris amarillento hasta el cobrizo pálido o el negro. Antaño discurría por este lugar un río caudaloso, pero ahora todo es arena. El río fue creado durante una era geológica en la que el masivo plegamiento de la tierra hizo crecer montañas de granito y de areniscas rojas a la vez que enormes y escarpadas rocas.
Situados el uno frente al otro, los acantilados de granito de Jebel Um’Ishrin y Jebel Rum se elevan sobre el valle con su magnífico esplendor y las rocas de tintes oscuros han sido alisadas por la acción del viento a lo largo de los siglos. Las dunas de arena -rosadas, ocres y blanquecinas- simulan lamer los gigantescos afloramientos, mientras el cielo, rojizo como la arena en el ocaso, es límpido y parece estar al alcance de la mano. Por la noche, el silencio es tan intenso que parece resonar en los oídos.
También conocido como “el valle de la luna”, descubrir el encanto de Wadi Rum es también revivir los recuerdos reflejados en las páginas de la historia, siguiendo las huellas del mítico Thomas Edward Lawrence, el líder de la revuelta árabe, quien junto al Sharif Hussein ibn Ali, logró reunir a todas las tribus del desierto para acabar expulsando a los turcos que se encontraban en Aqaba.
El propio Lawrence llegó a describir Wadi Rum como “Inmenso, solitario, majestuoso… como tocado por la mano de Dios”.
A TRAVÉS DEL DESIERTO
La principal atracción de un viaje a este remoto lugar es el propio desierto y para apreciarse en su totalidad hay que abandonar el poblado de Rum. Puede hacerse en vehículo todo-terreno o bien a lomos de camello. Los beduinos tienen el monopolio a la hora de contratar un guía de forma indispensable.
Pueden alquilarse para ciertos destinos o para varios días, siempre contactando con el Centro de Visitantes. Existe la posibilidad de llegar hasta Aqaba tras varios días de ruta en camello, alojándose durante el camino con familias beduinas que están acampadas. Los beduinos son un pueblo increíblemente hospitalario y nunca rechazan a un forastero.
Mejor olvidarse de efectuar el recorrido en solitario, dado que es muy fácil perderse, no en balde se trata de un territorio totalmente inhóspito.
Una puesta de sol en este desierto es algo incomparable. Por supuesto, no debe intentarse en época de verano, ya que las temperaturas son extremas y la deshidratación y el cansancio son auténticos peligros. El único equipo que se precisa es un saco de dormir, un sombrero, buenos y cómodos zapatos, comida y agua adecuada… y tener mucha suerte. En la tienda de Rum el viajero se puede abastecer del agua necesaria.
Recomendable también llevar algo de abrigo. Las noches en el desierto son bastante frescas. Con facilidad se suele pasar de los 40º durante el día a sólo 3 o 4º por la noche.
A quienes les gusta escalar por las rocas, en Wadi Rum pueden encontrar grandes desafíos, pero para ello debe tener material apropiado.
EL CAMELLO, GRAN PROTAGONISTA
Sobre estos animales dominaron siempre los hombres del desierto y también sobre ellos se extendió el Islam. Los árabes conocen la deuda que tienen con este animal y sospechan que Alá lo puso en la tierra para que en el momento adecuado fuese el vehículo para que los hombres pudiesen difundir su palabra y proclamasen su gloria.
Para un árabe, un camello pura sangre es tan bello y valioso como para un lord inglés un caballo favorito de su cuadra.
Cada bedu conoce las huellas peculiares de sus propios camellos y algunos incluso pueden recordar las de casi todos los que han visto. Con una simple mirada y por la profundidad de las pisadas pueden determinar si el camello iba montado o no, o bien si la hembra estaba preñada. Estudiando las huellas detectan el área de procedencia del animal, incluso algunos pueden asegurar a que tribu pertenece el camello, porque las tribus suelen tener diferentes razas de animales.
Mirando sus excrementos averiguan dónde había estado pastando y también saben cuando había abrevado la última vez.
Ellos son los únicos que conocen los secretos del gran territorio vacío, el desierto. Sólo los bedu saben como combatir el hambre, la sed, el calor o las dunas.
En las travesías del desierto, el nómada es consciente de que depende del animal, de su fuerza y su resistencia a la sed y se ha maravillado de la previsión de Alá, quien le ha dado una joroba en la que puede almacenar grasa de la que podrá ir tirando cuando atraviese lugares sin pastos. Y además, puede regular la temperatura de su cuerpo entre los 36 y 44 grados, según lo requiera el momento.
El hombre occidental nunca ha llegado a una intimidad y un amor tan grande con sus animales. Los bedu saben que, si el animal sucumbe, no hay salvación para el amo que lo cabalga en el desierto.
LOS BEDUINOS DE WADI RUM
Muy pocos pueblos se han aventurado en el corazón de los desiertos y la mayoría de los que se atrevieron a ello no lo hicieron durante demasiado tiempo. No obstante, algunos grupos humanos establecieron culturas que han influido en los estilos de vida de zonas de todo el mundo. Tal es el caso de los beduinos o badw que en árabe significa “habitante del desierto”. Nadie conoce esta tierra árida tan bien como ellos.
La supervivencia en estos recónditos lugares siempre ha sido una lucha para los beduinos. Durante siglos, los cambios estacionales han desafiado y conformado la existencia de estos nómadas. Desplazándose de un lugar a otro en busca de alimentos y agua para sus rebaños, han conseguido salir airosos de innumerables desafíos. Su supervivencia siempre ha dependido de su flexibilidad ante las dificultades.
Los beduinos de hoy se rigen por las mismas normas que lo hacían en la antigüedad. Su organización siempre ha sido tribal y todos son parientes (los de la misma tribu) ya que descienden de un antepasado común.
La importancia de una tribu se conoce por el número de sus tiendas (de pelo de cabra negra), las cuales reúnen tres imprescindibles condiciones: son ligeras, fáciles de transportar y desmontar.
En verano las tiendas protegen del sol, pero su entramado deja circular el aire, mientras que en invierno, el agua de la lluvia hincha sus fibras y se convierten en impermeables.
En el interior de la tienda se consuma el rito que simboliza la hospitalidad.
El rito del café se inicia con el tostado de los granos… El pan y la mantequilla son la base de la comida beduina. El pan ácimo se lo hacen ellos mismos (harina-sal y agua) preparado al fuego sobre una escudilla metálica (antes se hacía sobre una roca caliente). Este pan de sabor delicioso es el mismo con el que Jesús de Nazaret compartió con sus discípulos la que iba a ser su última cena.
La mantequilla no se parece en nada a la conocida en Occidente. Elaboran la leche dejándola reposar durante toda una noche con el cuajo, luego la vierten en un odre de cabra y la agitan. Después se sopla para llenar de aire el pellejo y se cuelga por las cuatro patas. Posteriormente se balancea durante unas dos horas, hasta que comienzan a formarse unas bolitas de mantequilla, añadiendo sal, trigo, azafrán y hierbas aromáticas. Y se calienta a fuego vivo.
Un jeque, el mayor de la tribu, pese a su edad nunca impone su opinión y jamás da una orden. Se reúne con los demás y habla con todos, escucha, persuade, convence, propone…
Los Jinetes de la Policía del Desierto del reino de Jordania es un cuerpo de élite formado por beduinos. Ellos ayudan a todo aquel que pueda tener algún problema: un enfermo que necesita ser hospitalizado o bien reparar una bomba de agua en un pozo… Aparte de que las funciones principales radican en vigilar que no se produzcan operaciones de contrabando en las fronteras de Jordania y los países vecinos.
Antes se desplazaban en camellos, pero los tiempos están cambiando y ahora utilizan vehículos todo-terreno para moverse. Sin embargo, en Wadi Rum es más difícil y para patrullar en lugares montañosos y pedregosos, donde los coches no pueden acceder, siempre hay que recurrir al camello.
Son muy hospitalarios y ellos mismos suelen servir a sus invitados en el interior de las tiendas. Los beduinos nómadas gustan de contar historias, recitar poesías, reír y cantar junto a sus hogueras, siempre acompañados de sonoras carcajadas. Parece como si el tiempo se hubiera detenido para estas gentes.
Todos son conscientes de que lo mejor del alma árabe ha nacido y crecido en contacto con las arenas del desierto: el sentido de la hospitalidad, la dignidad, la generosidad, el valor y el respeto mutuo y a lo ajeno y, sobre todo, su profunda y sobria sensibilidad religiosa.
Cabe ahora preguntarse: ¿Qué será de este pueblo en las próximas décadas ahora que los vehículos motorizados todo-terreno cruzan el desierto? ¿Quién precisará de sus servicios como camelleros? ¿Qué sucederá con sus caravanas?
En un mundo dominado por el plástico ¿quién les comprará sus odres de piel de cabra? ¿Y quién comprará la lana que trabajosamente hilan sus mujeres?
Ellos tienen una historia de alrededor de diez mil años y los beduinos de hoy pueden ser, quien sabe si la última generación y quizá después acabarán por desaparecer. Sus virtudes son fundamentales si la especie humana quiere sobrevivir.
Beduinos como los de hoy, desde el Mar Rojo hasta Damasco, dejaron huella de su reino del desierto a lo largo de los siglos. Inscripciones, templos, ciudades enteras que el tiempo ha cubierto de una escalofriante y desolada belleza. Aseguran que el desierto siempre es capaz de sacar lo mejor de sus moradores.
Sorprendente en su belleza natural, Wadi Rum es un compendio de toda la magia del desierto.
Pasar la noche bajo un cielo cuajado de estrellas, escuchar el relato de un beduino junto a una hoguera y sumergirse en el más profundo silencio, rodeados de la más absoluta desolación, puede parecer algo irreal pero, a no dudarlo, es una apasionante experiencia, algo que no se olvida jamás.
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