TUNEZ : EL GRAN SUR

Verdes oasis salpicando el árido paisaje, el ardiente sol, palmeras que se mecen al viento, senderos agrestes, espectaculares desfiladeros, caravanas de camellos cuyas siluetas se recortan en un horizonte infinito de mares de arena y aventura… es el gran sur tunecino, incomparable escenario que suscita mil fantasías.
Túnez tiene múltiples facetas, mejor sería decir que innumerables facetas, de ahí el amplio abanico de ofertas turísticas que es capaz de presentar. El viajero ávido de conocer su apasionante historia antigua puede efectuar un denso recorrido púnico y romano a lo largo y ancho de todo el país, y si prefiere simplemente descansar y tomar el sol, dispone de toda la costa Este para disfrutar de una infraestructura hotelera de primerísimo orden. Puede también perderse a través de medinas y zocos, dejándose atrapar por la belleza de su rica artesanía o bien soñar mientras atraviesa los silenciosos corredores y estancias de sus mezquitas y mausoleos.
No obstante, sea cual fuere su destino, algo hay que no debe perderse y es el llegar hasta el árido Gran Erg para vivir los misteriosos encantos que encierra el desierto.
LOS OASIS DE MONTAÑA
No es preciso ser un consumado aventurero para aproximarse a los oasis tunecinos, los cuales aunque puedan parecer similares no lo son en absoluto, cada uno tiene sus características diferentes y, muy especialmente, aquellos que están en las escarpadas montañas, entre desfiladeros. Son de una belleza inigualable.
Chebika, Tamerza, Mides… verdaderos nidos de águilas, refugios bereberes, pintorescos paisajes bíblicos rodeados de torrentes y cascadas de agua templada y verdes palmeras cuajadas de dátiles que se agitan levemente con la brisa del atardecer. Todo ello en la proximidad del desierto y lejos de la civilización.
Es al norte de los chotts o lagos salados donde se ubican estos oasis de montaña.
Cerrada entre abruptas y escarpadas pendientes montañosas de difícil acceso, Mides se agrupa en una pequeña meseta próxima a la frontera argelina, rodeada de un paisaje que evoca los días en que las hordas nómadas descendían precipitadamente sobre esta fortaleza berberisca.
El oasis se extiende hacia el valle donde, cubierta bajo el verde palio de las palmeras, florece una multicolor alameda en la que se cultivan las famosas naranjas tempranas. Un fruto muy codiciado.
Siguiendo entre picos erosionados con enormes rocas de granito que parecen estar suspendidas sobre el sendero, el lecho del Oued Changa desemboca en otro valle del que surgen cascadas y jardines de una singular belleza, alternándose con viejas casas de barro y adobe abandonadas. Es Tamerza.
Más allá está Chebika, un pequeño pueblo construido de piedra y tierra. Sus modestas edificaciones se alzan en el mismo lugar donde los romanos establecieron algunos baluartes defensivos en el camino que une Gabes con Tebessa, dominando un desfiladero en el que diferentes manantiales prodigan sus aguas entre un ramillete de palmeras.
EL ENCANTO DEL JERID
El Bled Jerid se extiende sobre el istmo que separa dos grandes lagos salados, el chott Jerid y el chott El Gharsa, y es la frontera entre las llanuras y el desierto. En esta zona, antiguo enclave de caravanas, se concentra la producción de dátiles y sus oasis son, sin duda alguna, los mejores de Túnez.
Tozeur, capital de la región y una de las perlas del Jerid, es una ciudad única por su especial encanto. Hay que perderse a través de ella para de tal forma admirar el enigmático exotismo de sus callejuelas y sus casas de ladrillo sin cocer, dispuestas en unos diseños geométricos extraños realmente y, asimismo, disfrutar de los paseos abovedados y agradablemente frescos con el sol abrasador del mediodía. Puntos de ineludible visita son el mercado con su bullicio característico, las mezquitas y los rincones donde se ofrece la artesanía del lugar, desde las mantas tejidas a mano hasta los abanicos y sombreros hechos con hojas de palmera.
Al pie de Ras El Dioun, unos manantiales de agua forman el cauce de un río, el cual riega los jardines próximos. Cerca de allí hay que ascender por una colina arcillosa para desde su cumbre poder contemplar buena parte de los bosques de palmeras, los cuales pueden también admirarse junto a una panorámica de la ciudad desde lo alto del minarete de Sidi El Mouldi.
Dejando atrás Tozeur y en dirección hacia el Sur, después de unos kilómetros de zona desértica, ante la vista surge un lugar incomparable salpicado por edificaciones muy peculiares. Nos aproximamos a Nefta, la antigua Nepte, el asentamiento más poblado y a la vez el oasis más bello del Jerid.
Indudablemente, Nefta tiene uno de sus mayores atractivos al atardecer, cuando los últimos rayos del sol se escapan sobre la techumbre de las casas e iluminan las palmeras con destellos de fuego.
Al otro lado del chott El Jerid, en el extremo este y a una veintena de kilómetros al sur de Kebili, la auténtica puerta del desierto es Douz, donde se levantan las pequeñas casas de adobe de las tribus nómadas que se establecieron en este lugar hace miles de años.
Después de visitar su pintoresco mercado en el que puede hallarse prácticamente de todo, desde un camello hasta unos calcetines hechos a mano con lana y pelo de cabra, de los que calzan los míticos tuaregs para caminar sobre la arena, a escasa distancia se encuentran las dunas de El Hofra.
Para experimentar el verdadero placer de la aventura nada mejor que contratar un buen guía o bien si se va con vehículo tratar de encontrar la ruta adecuada a través de las dunas de arena apiladas por el viento y las costras de sal que cubren el final del chott. Por supuesto, el viajero podrá considerarse afortunado si no se desencadena una tormenta de arena (con frecuencia entre marzo y mayo), nubes arremolinadas que impiden avanzar con visibilidad suficiente.
Una vez cesada la tormenta puede divisarse un oasis en el horizonte o puede tratarse sólo de un espejismo… lo cierto es que más allá se ubica el campamento de Ghir, El Faouar con chozas construidas a base de ramas y barro, o bien Sabria hacia el oeste. Justo enfrente, un mar de arena, la experiencia más apasionante, la aventura soñada.
Aún hoy resulta frecuente contemplar algunas caravanas de camellos que, cuando el sol adquiere un intenso color rojo en el horizonte y mientras aparece la luna de pálido azul, como enigmáticas sombras que proceden de lejanas tierras, más allá de la inmensidad arenosa, se aproximan a los oasis en busca del descanso reparador para el cuerpo y la paz del espíritu, envueltos en el suave manto de la noche sahariana.
En ruta hacia el Este aparece Matmata, pueblo extraordinario por sus viviendas trogloditas excavadas en los pozos, y más lejos Medenine y Tataouine, donde es posible divisar las misteriosas siluetas de los no menos legendarios ksar, castillos que se alzan en los erosionados picos, extraños refugios donde aún habitan bereberes, cuyos antepasados constituyeron las auténticas raíces de este fascinante país.
El Gran Sur tunecino tiene, a no dudarlo, un exotismo incomparable.